Paysandú, Martes 01 de Noviembre de 2011
Opinion | 26 Oct Las elecciones en Argentina dejaron a Cristina Fernández de Kirchner con un poder político inédito, que ni siquiera el venerado Juan Domingo Perón tuvo. O el ahora denostado pero antes adorado Carlos Menem.
La reelecta presidenta acaba de batir varios récords con su triunfo. De los tres presidentes argentinos que obtuvieron la reelección, es la única mujer; su fuerza política es la primera en ser elegida para gobernar el país en tres períodos consecutivos, y es la presidenta electa que más diferencia le sacó al segundo candidato más votado desde 1983. No sólo nunca nadie logró tanto poder, sino que jamás estuvo tan concentrado en una sola persona.
Tiene asegurado el control total del Congreso y no hay una oposición articulada que represente una porción significativa del electorado que no la votó o que haya salido indemne de la fenomenal paliza electoral recibida. Tampoco aparecen a la vista grupos de presión --económicos, sindicales, eclesiásticos, militares-- que se le opongan o que estén en condiciones de fijarle algún límite real, como tantas veces ha ocurrido.
Más todavía, no depende de un partido político sino que es ante si su sector. Y nada más. No hay, ni asoma la posibilidad de formarse, una liga de gobernadores que pueda fijarle condiciones o instalarle reclamos, porque casi todos los mandatarios provinciales le son afines. Más que eso están en deuda con ella, pues han hecho campaña en alas de su popularidad y son, especialmente, dependientes del dinero que les otorga el estado nacional.
Si se mira la historia, ni siquiera los militares tuvieron tanto poder. Porque aunque detentaban el poder de facto, debían pactar con sus distintas fuerzas y ramas internas.
Más allá de eso, incluso, está la base del poder de Cristina Fernández de Kirchner. Esa base parte de las transformaciones culturales que ha sufrido el votante. Su poder se basa en el populismo, que reivindica este tipo de liderazgo y formas de ejercer el poder. Esa base tiene un creciente número de cultores en el ámbito intelectual y académico, arraigo en casas de estudio y predicamento sobre numerosos formadores de opinión. Y de allí se introduce en la gran masa votante.
La Presidenta tiene todo el poder en sus manos. Así las cosas, puede hacer lo que quiera. Pero, esto no es solo una ventaja, sino especialmente un enorme desafío. Ahora todo depende sólo de ella y de su capacidad para administrar los desafíos y las contingencias que sobrevendrán.
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