Paysandú, Miércoles 02 de Noviembre de 2011
Opinion | 29 Oct La población mundial pasará a ser oficialmente a partir de este lunes de siete mil millones de personas, un número que naturalmente impacta, aunque ya desde hace décadas estamos más o menos advertidos de las consecuencias que tendrá el por ahora solo mentado fantasma de la superpoblación del globo.
De acuerdo a la proyección de los expertos en demografía, para 2100 los habitantes de la tierra superarán los 10.000 millones, pero la principal preocupación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), al presentar hace pocos días su informe Población Mundial 2011, radica en las crecientes diferencias entre ricos y pobres y las iniquidades en el acceso a los recursos entre los propios países.
El documento presentado en Londres indica que el aumento de población se registra pese a que las mujeres tienen menos hijos que en la década de 1960 y señala que la tendencia apunta a que hacia mediados de siglo dos de cada tres habitantes vivirán en ciudades.
De todas formas un dato revelador es que el aumento poblacional ha sido menor en los últimos años, desde que entre 1987 y 1999, cuando se llegó a los 6.000 millones, la población mundial creció un 20 por ciento, pero en los últimos doce años el crecimiento ha sido del 17 por ciento.
Por supuesto, 7.000 millones de habitantes en el comienzo del tercer milenio plantea desafíos inéditos para la Humanidad y es también “una llamada a la acción”, según conceptos del director ejecutivo del Fondo de Población de las Naciones Unidas, Babarunde Osotimehin, quien a la vez señaló que del total de la población, 1.800 millones son jóvenes de entre 10 y 24 años.
Entre otros aspectos el mundo se enfrenta a un panorama de personas envejecidas, por cuanto la gente vive más años gracias a los avances en la salud y la tecnología, lo que se conjuga con un descenso en la natalidad, un aspecto que se da con énfasis en los países industrializados y en naciones subdesarrolladas como Uruguay, donde se presentan los aspectos más negativos de la ecuación: envejecimiento poblacional con pocos recursos y subdesarrollo, así como poca juventud como fuerza laboral para aportar a efectos de sostener el esquema previsional y la demanda de atención en los grupos de mayor edad, entre otras consecuencias.
A la vez la Humanidad tiene preocupaciones como el cambio climático, el uso irracional de los recursos naturales y su consecuente posibilidad de agotamiento en el mediano y largo plazo, conjugado con lentitud en las acciones coordinadas que permitan si no revertir, al menos controlar la evolución de los factores más preocupantes, que a la vez difieren entre regiones y países.
Por supuesto, el grado de incidencia negativo para que se dé este panorama varía significativamente, puesto que los países desarrollados son los grandes contaminantes y depredadores de los recursos, al ser los mayores consumidores de bienes y servicios, así como de energía, por lo que evidentemente tienen la mayor responsabilidad en el agotamiento de estos recursos.
En grandes números, el cinco por ciento de la población mundial consume la mayor parte de la producción energética del globo, de la misma forma que en lo que refiere a la alimentación y consumo de bienes y servicios. Esta mayor disponibilidad y acceso no es gratis, y como consecuencia de una mayor calidad de vida se están sobreutilizando recursos naturales en desmedro de otros grupos de población que no acceden de la misma forma a estos “privilegios”.
El crecimiento de la población mundial evidentemente pone a prueba la capacidad del ser humano para adaptarse a este desfasaje entre oferta y demanda de recursos, aún cuando las nuevas tecnologías permiten un uso más eficiente y hacen rentable la extracción y explotación de energéticos y materia prima que hasta no hace mucho era descartada por resultar antieconómica.
Por otra parte el enlentecimiento en la superpoblación implica de un respiro para la Humanidad en un escenario global de presión sobre los recursos naturales, aunque a la vez tiene mayor incidencia en el grado de envejecimiento poblacional. Uno de los grandes desafíos en el mediano plazo por lo tanto es lograr una mayor equidad en la calidad de vida entre los grandes consumidores y miles de millones de seres humanos que siguen en estado de pobreza y con serias dificultades para el acceso a bienes y servicios, mientras deberá redoblarse la apuesta a encontrar nuevas formas de explotación energética sustentable y promover nuevos avances tecnológicos en los sistemas productivos.
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