Paysandú, Lunes 21 de Noviembre de 2011
Opinion | 16 Nov Al amparo de los precios internacionales de los commodities y la consecuente mejora de la economía en Uruguay, existe un mayor poder adquisitivo en los hogares de los uruguayos, sobre todo en los capitalinos, donde promedialmente se gana el cincuenta por ciento más que en el Interior, de acuerdo a las estadísticas.
Esta mejora en la disponibilidad de dinero, que como señalábamos, no es la misma en el Interior que en Montevideo, se ha traducido en un mayor consumo de bienes y servicios, no necesariamente de primera necesidad o prioritarios, por quienes tienen la posibilidad de contar con un plus de dinero disponible.
Pero esta disponibilidad para acceder a bienes caros, como viviendas, automóviles o aún electrodomésticos no quiere decir que se cuente con todo ese dinero, sino que tanto las economías domésticas como las empresas apelan a la toma de créditos. Esto no es otra cosa que comprar tiempo, --el que corresponda al plazo de repago del crédito-- por lo que el precio del bien o el servicio no es necesariamente el que se marca en el cartel, sino que debe incluirse el interés del pago.
Ello explica que el boom del consumo sea también el boom de los créditos, ya sea por requerimiento de dinero ante el sistema financiero o mediante la compra con tarjetas, las que en su mayoría además tienen la “carnada” del precio contado hasta determinado plazo, aunque todos sabemos que el recargo se da en el precio de lista del artículo.
Un artículo del diario El País da cuenta que esta fiebre consumista en Montevideo ha tenido un pico ya a semanas de las fiestas de fin de año, desde que las promociones colman los centros comerciales y los bancos esperan que la demanda de crédito y las transacciones con tarjeta sigan firmes.
En los shoppings se espera un nivel de ventas un ocho por ciento superior al de la misma promoción del año anterior en valores constantes, es decir un incremento real que supera el de la inflación del período, en una tendencia que se ha mantenido constante en los últimos años.
Estos elementos someramente expuestos explican por ejemplo que el crédito al consumo otorgado por el Banco de la República, los bancos privados y otras financieras no bancarias totalizaba 3.150 millones de dólares a setiembre, según datos del Banco Central procesados por la Consultora Deloitte, que indica además que el monto de créditos al consumo se ha duplicado en dos años. Ello muestra claramente que el consumo se ha expandido en base al crédito, y que muchas familias uruguayas están fuertemente endeudadas, tanto en moneda nacional como en dólares. Por lo tanto los mayores ingresos, si bien son una realidad, están prácticamente comprometidos en su totalidad en cuotas ante las entidades bancarias o las tarjetas de crédito.
Peor aún, con los compromisos financieros al límite, por regla general la fiebre del consumo hace que se espere impacientemente terminar una cuota para tener libre por lo menos un pequeño margen hasta el tope para acceder a un nuevo crédito y hacer realidad el anhelo de un celular de última generación, de un nuevo equipo de audio, de una pantalla LCD, cambiar el automóvil o la moto, y cualquier otro artículo que muchos creen que no debe faltarles y desean tener lo antes posible.
En Paysandú, seguramente sin temor a equívocos --haciéndolo común denominador para todo el Interior--, es frecuente sin embargo escuchar las quejas de comerciantes –también se ve en la calle-- de que la plaza local solo se mueve en los primeros días del mes, cuando los pagos de pasividades, de algunos organismos del Estado y empresas grandes, para luego caer en un pozo durante todo el mes, simplemente porque el grueso de los ingresos se vuelca al pago de las facturas de organismos públicos, de cuotas en tarjetas y entidades bancarias, en la mayor parte de la población, y particularmente de seguro en el caso local, hay también un fuerte monto de dinero que va a dar a Colón.
Es cierto, el consumo se traduce en una mejor calidad de vida y responde a los cambios de hábitos y costumbres que con los años se han dado en la población, porque de la tradición de ahorro y de marcada austeridad de nuestros abuelos, cuando las cosas se cambiaban cada veinte o treinta años o se compraban para toda la vida, hemos pasado al síndrome de la disconformidad permanente y la tentación del cambio incluso antes de pagar la última adquisición, que hasta hace poco parecía lo máximo.
Este “téngalo ya” implica que el presente es el que importa, y que después se verá. Llamativo, porque indica una manera de pensar, una postura ante la vida, una cierta desconsideración hacia lo que nos puede deparar el futuro. Y este es el punto, porque mejorar la calidad de vida es importante, pero de poco y nada sirve si no hacemos que sea sustentable, ante la posibilidad de que ante el menor contratiempo, que nunca falta, no haya margen de maniobra ante el sobreendeudamiento, y el revés resulte en un impacto traumático.
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