Paysandú, Sábado 26 de Noviembre de 2011
Opinion | 19 Nov Un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), divulgado a mediados de este año, analizó la incidencia de las computadoras en la educación y criticó el Plan Ceibal, considerando que puso de relieve una serie de falencias que en gran medida tienen su origen en la improvisación y urgencia que se puso de manifiesto para instrumentar este plan en su momento.
Esta apreciación no es aventurada, porque como todos sabemos, el plan se lanzó sin ningún proyecto establecido, más allá de que “cada niño tenga su propia computadora” para eliminar “la brecha digital”, frases que si bien golpean el oído, son huecas si no se sabe qué se va a hacer con la herramienta.
Partimos entonces de una idea bien intencionada pero con instrumentación deficiente desde todo punto de vista y lo que es peor, al hacerse de esta manera se compromete el logro de los objetivos de universalización y familiarización de las nuevas generaciones con la herramienta informática, que es una de las características notorias de estos tiempos.
Por ejemplo, un aspecto clave era precisamente capacitar a la masa de docentes para obtener el máximo provecho de que cada niño tuviera su XO, le diera el mejor uso posible y fuera realmente un aporte invalorable para su educación. Y en este informe el organismo internacional señaló como una de las falencias precisamente el no haber capacitado a los docentes, y afirmó que “dotar a los planteles de más máquinas hará poco para mejorar la calidad de la enseñanza”. Y este es precisamente un punto que hasta ahora nadie ha querido analizar, puesto que mientras el gobierno y los oficialistas destacan urbi et orbi el éxito del Plan Ceibal, paradójicamente se acepta el rotundo fracaso en la Educación, algo que se refleja objetivamente en todas las pruebas realizadas a los alumnos en Primaria y Secundaria.
En el informe “Escuelas y computadoras: por qué los gobiernos deben hacer su tarea”, el BID sostiene que “dotar a los planteles educativos de más computadoras hará poco para mejorar la calidad de la enseñanza en América Latina y el Caribe, a menos que los países inviertan en la capacitación de los docentes y en el software educativo”.
El estudio plantea incluso una “versión mejorada” del Plan Ceibal que “es similar al programa estándar de una computadora portátil por estudiante, pero se diferencia en la intensidad de la capacitación que se imparte a los docentes e incluye el uso de software didáctico”.
A esta altura en nuestro país debería haber un estudio serio, profundo, objetivo, sobre cuál es el resultado de la instrumentación del Plan Ceibal, y a partir de esa evaluación introducir eventuales correctivos, de forma de darle utilidad a la herramienta e incluirla en un esquema pedagógico al que hasta ahora se le ha trasplantado un elemento revulsivo, para bien, pero hueco de contenido. Es además fundamental preparar al cuerpo docente para lidiar con las computadoras, y que así pueda guiar al niño para que a su vez la incorpore como un elemento más de aprendizaje y profundización del conocimiento, que en definitiva es la función primaria de la Escuela, más allá de que aprendan un poco antes a subir videos a YouTube o sacar fotos con la webcam.
Los aspectos manejados por el informe claramente coinciden con reflexiones que oportunamente expusiéramos en esta página de opinión de EL TELEGRAFO, respecto a que una iniciativa compartible en sus objetivos finales adolece de serias falencias que la han afectado y por supuesto ello se refleja en los resultados.
Debe tenerse presente que las computadoras nos aportan un conocimiento instantáneo y al alcance de la mano con solo oprimir una tecla, pero ello a la vez tiene la contrapartida de que fácilmente los niños, como así también ahora los estudiantes de Secundaria, sucumben al facilismo y a la ley del mínimo esfuerzo, puesto que los libera de la necesidad de memorizar, de razonar y hasta de estudiar. Todo está ahí, al alcance de un clic. Y en definitiva, con o sin Plan Ceibal todos los niños de todos los estratos sociales terminan aprendiéndolo, puesto que la tecnología ya no es inaccesible para nadie y en buena medida está hasta en los celulares, que en este país hay más que habitantes.
Ello trae a cuento la experiencia que se realiza en la Waldorf School of The Peninsula en Los Altos, California, donde se prohíbe el uso de todo tipo de pantallas en clase y en cambio se estimula la actividad física, el pensamiento creativo, la tiza y el lápiz.
Es decir que en Silicon Valley, capital tecnológica del mundo, se ha encarado una visión “retro” para los hijos de los ejecutivos e ingenieros de Google, Apple y Yahoo, los que ahora no tienen computadoras y no se permite que lleven las suyas a clase.
Hay unas 800 escuelas Waldorf en el mundo que adoptan un estilo de enseñanza basado en la actividad física, y en el aprendizaje a través de actividades creativas y manuales.
Los adeptos al método entienden que las computadoras inhiben el pensamiento creativo, el movimiento, la interacción humana y la capacidad de atención.
Lo que es de recibo, pero no debería tomarse como un elemento absoluto, sino que posiblemente la mejor opción esté en el camino intermedio, en incorporar lo mejor de cada propuesta educativa para evolucionar a un nivel a tono con los tiempos que corren, con el desafío de alcanzar el conocimiento para el desarrollo y la equidad social por efectos de la inclusión que trae aparejada la educación.
Y ante una idea corresponde evaluar cual es la mejor forma de llegar al objetivo, con el mejor asesoramiento posible, poniendo una pausa inteligente en el apuro, para reflexionar sobre como llegar a las realizaciones luego de formular una imprescindible autocrítica sobre el Plan Ceibal.
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