Paysandú, Miércoles 30 de Noviembre de 2011
Opinion | 25 Nov Al celebrarse el martes el Día del Exportador, y en presencia de las autoridades del equipo económico de gobierno, el presidente de la Unión de Exportadores, Alejandro Bzurovski, trazó un panorama sobre la situación del sector que indica que hay luces y sombras, en este último caso en gran medida por la incertidumbre que ha ganado los mercados mundiales por el escenario europeo fundamentalmente, y el eventual arrastre que pueda tener sobre la demanda y los precios internacionales.
No es ninguna novedad, por supuesto, pero el punto es que si bien el año cerrará con un aumento del orden del 15 por ciento medido en dólares en las exportaciones, “una recesión está a la vuelta de la esquina”, según advirtió el titular de la Unión de Exportadores.
Y ello no sería extraño, al fin de cuentas, tras varios años de bonanza sostenida, porque una desaceleración de la actividad afectará la demanda internacional y eso “se conjugará con la guerra de monedas y el proteccionismo de algunos países, en especial de la región”, según advirtió.
Debe tenerse presente que datos divulgados por el Banco Central del Uruguay indican que estamos ante una sistemática caída de competitividad del Uruguay respecto a los países de la región e incluso de sus socios del Mercosur.
Por lo pronto, la entidad rectora en materia monetaria, en el marco del seguimiento que efectúa de los parámetros económicos, indica en su informe que los precios domésticos crecieron más que los de otros países, medidos en una misma moneda.
Es decir que nos encontramos ante una apreciación de nuestra moneda por encima de la de los vecinos, lo que por supuesto favorece las importaciones y encarece nuestras exportaciones.
Ello no debería preocupar si estuviéramos ante situaciones aisladas y temporales, pero el punto es que esta tendencia se sigue dando en forma sistemática ya desde hace años, y produce que nuestros productos continúen perdiendo competitividad en los mercados internacionales.
A grandes rasgos, y en forma sistemática, los datos revelan que Uruguay se está encareciendo para los que importan nuestros productos, sobre todo para los que incorporan valor agregado, y a la vez abaratando para quienes nos exportan, que además en muchos casos compiten con productos similares de nuestra fabricación, y por ende conspiran contra las fuentes de trabajo nacionales.
Durante 2011 la caída de la competitividad de nuestro país ha sido del orden de casi el siete por ciento, lo que indica que medidos en la misma moneda, los precios en Uruguay subieron aproximadamente un siete por ciento más que los de sus socios comerciales durante los primeros nueve meses del año.
Bzurovski destacó que los exportadores no solo están expuestos a los avatares del exterior, sino también a los que han surgido a nivel interno, y al respecto mencionó “las tarifas y los aportes patronales, entre otros”.
Pero la pérdida de competitividad de nuestras exportaciones es aún mayor respecto a los países de afuera de la región, aunque nuestras ventas se siguen sustentando en commodities que tienen cotizaciones por ahora sostenidas en los mercados internacionales para los que nuestro país cuenta con ventajas naturales para competir. Ello no obsta para que nuestros exportadores vean seriamente deteriorada su rentabilidad por efectos de crecientes costos internos y menor cantidad de disponibilidad de dinero a la hora de convertir los dólares a pesos, por una política económica que sigue utilizando el ancla cambiaria en procura de contener la inflación, que igualmente se dispara por efectos de múltiples causas, empezando por salarios que siguen creciendo en dólares, como así también las tarifas de servicios públicos, además de la energía, entre otros insumos. Pero hay un elemento que pocas veces se maneja públicamente, y que sin embargo es por todos los empresarios conocido: hoy es más fácil ganar dinero importando productos terminados que fabricar en Uruguay, donde ponerse a producir significa lidiar con sindicatos, empleados siempre demandantes y hasta con el mismísimo Estado, que ante cualquier diferendo no duda en ponerse del otro lado del mostrador. Y para colmo, si por algún motivo la empresa quiebra o se endeuda demasiado trabajando, se ha vuelto una práctica común exigir al Estado la ejecución de lo que quede y que se les obsequie la industria en cuestión a los trabajadores para “rescatarla”, por supuesto que libre de deudas y con todo el crédito que se necesite, entre un sinfín de ventajas. Por todo esto, es entendible que muchas marcas nacionales de primera línea que fabricaban electrodomésticos u otros productos, ahora se volcaron a comprar afuera lo que antes hacían en el país.
Pero si al menos pretendemos mantener lo que aún queda funcionando del aparato exportador, lo mínimo que tendría que hacer el Estado es dejar de seguir gastando por encima de sus posibilidades y de lo que indica la prudencia, apuntando a contener el gasto público para reducir la carga sobre los sectores productivos de bienes y servicios, como una forma genuina para comenzar a revertir este proceso.
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