Paysandú, Viernes 02 de Diciembre de 2011
Opinion | 27 Nov Si cada 14 días un uruguayo muriera víctima de alguna enfermedad contagiosa andaríamos todos tratando de prevenir, preocupados por darnos la vacuna que impida el contagio, buscando algún mecanismo para que nadie en nuestra familia cayera enfermo.
Deberíamos hacer lo mismo con la violencia doméstica, cuya estadística suma la muerte de una mujer uruguaya cada dos semanas. Sin embargo, más difícil es saber realmente cuántos son los que la padecen en silencio. No se trata sólo de golpes sino que es un enemigo que adquiere muchas formas y se manifiesta como golpes y todo tipo de abusos físicos, psicológicos e, inclusive, económicos, que generalmente dejan una gran huella en la psique y en el cuerpo de gente de toda edad y condición social.
Por otra parte, esta forma de violencia no sólo afecta a la víctima, sino a todo el núcleo familiar, pues los niños que crecen en una familia donde ven que su madre es agredida por su padre, crecen pensando que ese es el modelo de familia normal y luego es posible que lo reproduzcan o sean personas a quienes les cueste mucho más su integración en la sociedad, alcanzar su autoestima así como su propio equilibrio personal y espiritual si no tienen la suerte de encontrar en su camino a otras personas que les ofrezcan modelos alternativos y les hagan ver claramente que no son menos que nadie sino muy valiosos en su propia individualidad y con el potencial de llegar a ser aquello que desean.
Cada mes aumentan las denuncias y eso no quiere decir necesariamente que haya más violencia en el seno de los hogares, sino que quizás las personas, que las mujeres que la padecen --porque mayoritariamente son mujeres y niños-- estén animándose a dar el paso necesario para salir de ese entorno de destrucción y protegerse a sí mismas y sus hijos. En este punto, el Estado y sus organismos así como otras instituciones de la sociedad tienen claras responsabilidades en cuanto a crear mecanismos eficaces y aumentar las herramientas existentes para que estas personas puedan estar a salvo y ayudarlas a reconstruir su vida. Seguramente todos sabemos de personas que han podido dar ese paso de liberación. Y si no, hay quienes han comenzado a encargarse de levantar alto y fuerte su voz para decir que es posible. El viernes, con el antecedente de presentaciones públicas previas llegaron a la Junta Departamental cuatro mujeres que, luchando desde la desesperanza, eligieron recuperar sus vidas y tienen hoy la valentía de volcar su experiencia en una obra de teatro y salir personalmente a contarla, atestiguando con su sola presencia que aunque no sea fácil salir del círculo de la violencia, es posible. Y las aplaudimos de pie.
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