Paysandú, Lunes 19 de Diciembre de 2011

“Bienvenidos”

Opinion | 13 Dic El pasado jueves el puente General Artigas, así como el del tendido binacional entre Fray Bentos y Puerto Unzué, colapsó una vez más, cuando todavía no hemos ingresado en las penurias clásicas de la temporada veraniega, en un hecho que --como ocurre en cada verano y fecha pico de turismo desde hace al menos cinco años-- tomó por “sorpresa” a las autoridades.
En este caso, a partir del feriado largo en la vecina orilla, decenas de miles de argentinos intentaron cruzar por los tendidos binacionales, encontrando como bienvenida kilométricas colas de acceso a los puentes y horas de espera al rayo del sol, sin ningún tipo de servicios para aliviar la tortuosa experiencia al borde de la ruta.
En el caso de Paysandú, los turistas tuvieron más de cinco sofocantes horas para reflexionar antes de alcanzar el Área de Control Integrado, respecto a la conveniencia de venir a veranear o simplemente visitar Uruguay, ese país paradisíaco y fraternal que les vende la publicidad televisiva y gráfica en su país, y que el Ministerio de Turismo se esmera –millones de dólares mediante-- en presentar al mundo.Como señala la crónica de EL TELEGRAFO, el intendente Bertil Bentos no ocultó su malestar por esta situación, y lo catalogó como “un caos”, para acotar que “no entiendo cómo se puede demorar tanto”, lo que es un comentario particularmente moderado ante los epítetos que los directamente afectados, “cocinándose a fuego lento”, proferían en las colas.
Entre las causas para que se diera este escenario debe mencionarse que durante gran parte del día la atención se desarrolló con personal insuficiente de la Dirección de Migración y recién pasada la media tarde se abrieron cuatro puestos de atención para quienes ingresaban al país, pero ya cuando la situación claramente se había salido de cauce.Más allá de las consabidas dificultades crónicas en los puentes internacionales, la falta de servicios y de agilidad por controles que hacen que la integración solo exista en la teoría, lo que realmente preocupa es que nuestras autoridades --las que tienen poder de decisión y acción para prever y solucionar los problemas-- insisten en que se han visto “sorprendidos” por la demanda, lo que es un argumento poco serio cuando se sabía en el vecino país habría un asueto de cuatro días y que cerca de dos millones de porteños saldrían a las rutas para disfrutar de un anticipo de las vacaciones.Por supuesto que como viene sucediendo desde 2006, esta vez tampoco hubo ningún plan específico para atender esta consabida saturación y, en una demostración de total ignorancia de cómo son las cosas, en plena crisis, un jerarca de Asuntos Limítrofes de la Cancillería llamó el jueves a media tarde al intendente Bertil Bentos porque le habían llegado informes de la situación caótica en el puente. Esto bastó para que pocos minutos más tarde se habilitaran los cuatro carriles, mejorando sustancialmente el avance de las colas.
Paradójicamente esto ocurrió pocos días después de que la diputada suplente Cecilia Bottino adelantara a EL TELEGRAFO, recogiendo lo que se le señalara desde la Dirección de Migración, que el martes se anunciarían medidas de contingencia a aplicar para coordinar de manera más efectiva las acciones entre los organismos que operan en el puente, al punto que en ningún caso habría más de dos horas de espera.
Ciertamente son buenas noticias para Paysandú y para Uruguay, que tanto necesita de las divisas que aporta el turismo pero, como siempre, esta vez llegaron tarde. Y no se trata de cuatro o cinco días de atraso, sino de cuatro o cinco años en los cuales el país todo demostró una total desconsideración hacia el turista que con su familia, o solo, se la jugó por ingresar por los accesos terrestres; una total incapacidad para prever lo inminente, y para solucionar los problemas.
No existen excusas. Si falta personal, hubo cinco años para seleccionarlo, adiestrarlo y ponerlo a disposición. Si las limitaciones eran técnicas, también hubo tiempo más que suficiente. Los más de 1.000 millones de dólares que deja el turismo cada año en el país justifican cualquier gasto.
Quizás el gran pecado es que los puentes no pasen por la bahía de Montevideo, puesto que, de ser así, seguro que todo estaría solucionado hace años. Lo absurdo es que el centralismo es tan ciego que ni siquiera se da cuenta que los que decidan no volver a Uruguay son turistas que no venían a descansar al Interior profundo, sino a gastar su dinero en el Este, o en la misma capital.
¿Y así los tratamos?


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