Opinion | 14 Dic Volvió a ocurrir. Ahora los profesores de la filial Rincón, en San José, reclamaron a la Federación de Profesores de Secundaria (Fenapes) la desafiliación de la directora del liceo de Delta del Tigre, Claudia González, quien “a pesar del rechazo unánime de los docentes postuló al liceo para participar del ProMejora”, de acuerdo a sindicalistas.
Para colmo esta directora había estado en desacuerdo con la ocupación del local liceal, tiempo atrás, en demanda de seguridad y mejoras edilicias. Eso fue calificado como una actitud antisindical.
En una semana es la segunda solicitud de desafiliación, luego de la promovida exitosamente por ADES Montevideo hacia la subdirectora Estela Alem, quien se desempeña como orientadora del ProMejora.
No quedan dudas que los sindicatos se rigen por un estatuto privado y particular, y que seguramente este tipo de situaciones está prevista tal como se llevan adelante. No obstante, eso no implica que el resto de la sociedad no pueda opinar ni tomar partido en este asunto, en la medida que se ha hecho público y que involucra a los directamente responsables de la educación de nuestros estudiantes.
¿Desde cuándo el único camino es regirse por la unanimidad? ¿Desde cuándo pensar distinto nos convierte en enemigos? ¿Desde cuándo la aplicación lisa y llana del poder es signo de razón? Los profesores sindicalizados levantan la bandera de que quien no está de acuerdo y no obedece, se le expulsa. De esa manera siempre lograrán la unanimidad de pensamiento.
Pero por el contrario --bien por el contrario-- la educación va de la mano de la libertad. No puede haber buena educación si no se basa en la libertad.
Hoy desafilian a sus pares que osan pensar y actuar diferente, mañana ocuparán liceos y después ¿qué? Esta no es ciertamente una buena lección de vida para nadie, especialmente para los jóvenes que llegan a Secundaria en busca de un destino en esta sociedad donde el conocimiento ya no es importante, es imprescindible.
La democracia provee de las herramientas para discutir y combatir las ideas y los proyectos que no nos satisfagan. Esto implica en primer lugar tomar en cuanta a todo el conglomerado y no solamente a la minoría sindicalizada -en este caso específico- en el poder.
Esta caza de brujas es improcedente, intolerable y ridícula. Y aunque ajustada al derecho interno, es ciertamente totalmente fuera de lugar en un sociedad que se precia de libre y soberana.