Paysandú, Martes 27 de Diciembre de 2011
Opinion | 21 Dic Hace más de ocho años, el presidente norteamericano George W. Bush iniciaba la invasión militar de Irak, con el objetivo declarado de destruir las armas de destrucción masiva supuestamente en poder del régimen totalitario de Saddam Hussein. Lo que se supuso sería una operación de gran envergadura, pero relativamente simple, se transformó en una larga y violenta pesadilla que empantanó a las fuerzas estadounidenses en Irak mucho más de lo originalmente previsto.
El régimen dictatorial y sanguinario de Saddam Hussein es historia, pero en el balance debe considerarse que las armas de destrucción masiva nunca aparecieron; un quinto de la población de ese país, potencia petrolera, vive en la pobreza; los Estados Unidos gastaron 850.000 millones de dólares, comprometiendo su propia economía; murieron 100.000 civiles iraquíes y 4.500 militares estadounidenses. A esto debe sumarse la destrucción de buena parte de la infraestructura iraquí.
Tras errores e improvisaciones, en estos días las fuerzas militares norteamericanas habrán dejado Irak y regresado a su país. La promesa electoral del presidente Barack Obama se cumplirá así, aunque tardíamente, forzado por las circunstancias.
Pero, lejos de terminar los problemas, Irak está lleno de ellos. La ola de violencia sectaria y fratricida no se extingue. En promedio, cada día hay dos atentados terroristas. En noviembre pasado hubo 200 muertes y casi 560 heridos. El miedo forma parte de la vida diaria.
Los estadounidenses se van, vuelven a sus vecindarios. Hussein ya pagó sus culpas. Pero eso no oculta los errores que se cometieron cuando se decidió la invasión. Derrocar a Hussein no merecía destruir al país, ni causar tanto dolor. No todas las decisiones pueden avalarse, justificarse. Y ciertamente el apresuramiento de Bush, a espaldas de las propias Naciones Unidas, apenas obtuvo un objetivo secundario (sacar como sea del poder a Hussein) pero jamás encontró el principal (¿o excusa?), las armas de destrucción masiva. Cometió gruesos errores de apreciación y logística y sin dudas encaminó a su propia nación a una crisis económica que aún no se aprecia en toda su magnitud, pero que sigue ahí.
Irak hoy lucha por su pacificación interna y necesita el apoyo de la comunidad internacional. Uno real y verdadero. Poco se habla de cuanto dolor se hubiera ahorrado si una invasión decidida sin meditar no hubiera ocurrido.
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