Opinion | 24 Dic La presencia de más de mil quinientas personas en el Palacio Municipal en el último día del plazo estipulado para la firma de convenios de refinanciación de deudas por tributos municipales, que desbordó toda posibilidad material de atención en la jornada, ratifica la archiconocida idisioncrasia del uruguayo, de dejar todo para último momento, lo que hace que se trastoquen todos los esquemas que puedan preverse tanto para quienes tienen la responsabilidad de atención como para el propio contribuyente, que es sometido a las consecuencias negativas que trae aparejada esta actitud.
En este caso se habilitaron cinco meses, con anuencia de la Junta Departamental, para que quienes optaran por acogerse a este beneficioso régimen especial, para refinanciar deudas por tributos municipales sin multas ni recargos en un plazo de cuatro años, pudieran ir suscribiendo convenios para ponerse al día.
Lamentablemente, en los primeros meses de vigencia del plazo, los escritorios de las dependencias habilitadas a estos efectos permanecieron prácticamente desiertos, y recién sobre el final del primer período, con la incógnita todavía pendiente de si habría prórroga, se formaron algunas colas para intentar ingresar en la franquicia.
Pero tras los anuncios correspondientes de las prórrogas, nuevamente se ingresó en la indolencia de dejar todo para más adelante y otra vez sobre los respectivos cierres se agolparon los contribuyentes que se encuentran en esta situación en procura de acogerse al sistema.
Ante la expiración del plazo final, sin ya ninguna posibilidad de prórroga, se generó precisamente esta asistencia masiva, que determina que hasta febrero se atienda diariamente a todos los que se presentaron dentro del plazo hasta el jueves 22, por lo que de alguna forma igualmente los que esperaron hasta el último día tendrán la oportunidad de acogerse al beneficio.
Ello no quita que igualmente, al dejar pasar el tiempo para hacer el trámite a último momento, los interesados se autogeneraran el problema de largas colas, pérdidas de horas de trabajo muchas veces y verdaderos plantones, así como congestionamientos para los funcionarios, cuando con una mínima dosis de previsión y sentido común todo ello pudo haberse evitado.