Paysandú, Miércoles 04 de Enero de 2012
Opinion | 31 Dic El censo nacional de población y vivienda que iba a tener lugar solo en setiembre, catalogado como el mes del censo, como se había promocionado, lleva ya más de tres meses de iniciado y todavía no ha culminado, cuando se había previsto que en un máximo de treinta días se iba a tener pronto en base a las nuevas tecnologías.
Es así que se utilizó la tecnología de las ceibalitas para ir enviando los datos online y tener por lo tanto un procesamiento fiel de la información, pero evidentemente hubo un rotundo fracaso en la planificación, en la instrumentación y en el uso de recursos humanos, como admitieron en conferencia de prensa los responsables del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Visiblemente afectados por la situación, reconocieron que se cometieron errores en todas las áreas, sobre todo en las condiciones en que se efectuó la tarea de campo, pero no es menos cierto que se evaluó equivocadamente las condiciones en que se podía trabajar, y se incorporaron alegremente métodos utilizados en otros países contra la tradición de hacerlo un domingo, como hasta ahora.
El punto es que más allá de la demora, de los errores cometidos, de las expectativas desmesuradas por lo que se iba a poder hacer, se está terminando el censo “a las trompadas”, valga la expresión popular, al punto que han quedado miles de familias sin relevar en todo el país, a las que se dijo se está interrogando incluso por teléfono para completar los datos.
A la vez, todos los días en los medios de comunicación se reciben llamadas de personas que denuncian que los censistas no pasaron por sus domicilios, que dejaron nota pero no volvieron y que no encuentran cómo hacerse censar.
Y mientras se van dando datos incompletos, sin saber cuántos hogares falta relevar, cuesta poco inferir que nadie en su sano juicio podría confiar en que la información final que se de a conocer va a reflejar realmente cuantos somos, cómo vivimos y las viviendas que tenemos y en qué condiciones, cuando precisamente estos datos iban a ser la base –o deberían ser— para adoptar decisiones y diseñar programas sociales.
En fin, que lo peor que podía pasar era precisamente esto, que no sabremos cuántos realmente somos, y todo indica que quiérase o no, habrá que volver a censarnos en poco tiempo, y esta vez por métodos confiables.
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