Paysandú, Miércoles 18 de Enero de 2012
Locales | 14 Ene El objetivo del robo del Museo Histórico Municipal no era la pistola de chispa utilizada por el brigadier general Juan Antonio Lavalleja sino la espada del general Leandro Gómez, pero los ladrones fueron al lugar equivocado a buscarla.
Este es un sorprendente giro en el caso que desde hace días concentra la atención pública y que ha tenido repercusiones internacionales. Los dos hombres que penetraron por el área en construcción de UTU al Museo Histórico Municipal no estaban buscando la reliquia del líder de la Cruzada Libertadora sino uno los símbolos más importantes en la historia de Paysandú, la espada del general Leandro Gómez, con empuñadura de nácar, donada por la familia del defensor de Paysandú a la Intendencia.
Uniendo detalles y trozos de información EL TELEGRAFO fue aproximándose al núcleo del caso, sorteando el hermetismo oficial, hasta poder informar que la pistola fue hurtada simplemente porque la vieron y tenía un cartel lo suficientemente explicativo de la pieza.
Por otra parte, existen fuertes indicios que el arma no ha sido vendida --porque no era lo que interesaba-- y su ubicación estaría siendo negociada por Jorge Andrés Luberiaga Quintana, conocido como “Zapallito”, de 37 años, aparentemente para obtener una pena menor.
LE PIDIERON LA ESPADA
DE LEANDRO GóMEZ
La historia, que ha cambiado en su enfoque desde que fue conocido el hurto a primeras horas de la mañana del viernes 6, comenzó a gestarse cuando una persona cuya identidad no ha podido ser obtenida ni por los investigadores ni por la Justicia se acercó a Luberiaga Quintana para encargarle el robo de una pieza histórica, nada menos que la espada del general Leandro Gómez. “Zapallito” aceptó el encargo por una suma de dinero no revelada, y convocó a José Eduardo Rossano, de 22 años, quien conocía el Museo Histórico Municipal y determinó por dónde era más apropiado introducirse, en tanto conocía los horarios de trabajo del personal.
Ambos tramaron perpetrar el robo en la tarde del jueves 5, entre las 14 y las 16, y sigilosamente, mientras Paysandú trataba de escapar del fuerte Sol y las altas temperaturas, se introdujeron en el museo.
Sabían lo que hacían. Y no dudaron en exponerse durante unos diez metros, caminando por el único sector posible pero que los dejaba totalmente expuestos desde la Seccional 1ª --ubicada justo enfrente del edificio--, a través de la reja de entrada.
Nadie los vio, ningún agente policial de servicio ni ningún transeúnte. Rompieron algunos vidrios y se hicieron de un manojo de llaves. Comenzaron a buscar el botín: la espada de Leandro Gómez. Encontraron un par de sables y los tomaron. Pensaron que quizás alguno de ellos habría sido empuñado por el jefe de la Defensa.
Mirando en derredor vieron la pistola, leyeron que había sido de Lavalleja y pensaron que tendría valor en el mercado negro. Probaron las llaves, encontraron la apropiada y la tomaron. Con pasmosa tranquilidad recorrieron otras áreas del museo. Buscaban, tiraban cajas al suelo, quizás pensaban que también habría dinero. Encontraron monedas, billetes y medallas conmemorativas antiguas. Las tomaron. Sin claros conocimientos de numismática, pensaron que quizás valdrían buen dinero. Luego entraron al escritorio de la coordinadora de Museos, María Julia Burgueño. Revisaron y, casi al irse, vieron un proyector Viewsonic y cargaron con él. Luego huyeron.
PIDIó ESPADA, LE
LLEVARON SABLE
No se sabe, ellos no lo dicen, cuándo se vieron con el comprador. Pero seguramente ahí quedó claro que la espada de Leandro Gómez no integraba el botín. Había fallado la información. La espada de Leandro Gómez no estaba en el Museo Histórico Municipal. Lo estuvo hasta comienzos de 2011 pero, cuando el Bicentenario, que a su vez fue el del nacimiento del general Leandro Gómez, la espada fue retirada y puesta en exhibición en el Mausoleo de plaza Constitución. Ahí estaba en la tarde del 5 de enero. A la vista de todos, en una vitrina, a la derecha de la puerta de acceso. La banda delictiva, integrada por el autor intelectual, los dos hombres que ingresaron al museo y varios otros compinches no capturados, pero que demostraron su existencia cuando abandonaron las monedas, billetes, medallas y el proyector en la casa semiderruida de Calle Nº 28, no tuvo la información correcta. Armó todo el operativo pensando que la espada estaba en el museo, pero en realidad estaba cuadras más adelante.
Luberiaga Quintana dejó sus huellas en el lugar y fue aprehendido. La policía capturó luego a su cómplice. Tras dos días en la Dirección de Investigaciones no confesaron dónde estaba el botín. Mucho menos identificaron al instigador.
Sabían que terminaban en la cárcel debido a sus profusos antecedentes. En la Justicia tampoco “largaron prenda”. Pero otras personas sabían donde estaba lo robado. Por eso se deshicieron de la parte de menor valor, que tiraron en una “tapera”.
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