Paysandú, Miércoles 18 de Enero de 2012

Los que perdemos

Opinion | 15 Ene “Los chacreros tienen la razón” fue el comentario breve pero contundente del presidente José Mujica cuando se le pidió una opinión sobre las quejas de los granjeros respecto a los precios que se les pagan por la producción de frutas y a los que se vende esa misma mercadería en los balnearios del este por ejemplo, con la salvedad de que hay miles de kilogramos de duraznos y hortalizas que se están por arrojar a las zanjas o se “pasan” en las cámaras de frío.
La reflexión viene además a cuento de un artículo publicado en el diario El País por Daniel Herrera Lussich, en el que da cuenta de la situación que se da en la granja uruguaya, sobre todo en la del sur del país, como es el caso de Canelones, porque la producción ha sido muy buena, pero los precios que se les pagan siguen deprimidos, aunque no los de la comercialización al público, lo que reflota un viejo problema que castiga a los pequeños productores.
Es así que se están por arrojar millones de duraznos y hortalizas a las zanjas, mientras se paga además solo seis o siete pesos el kilogramo a los granjeros, pero esta misma fruta se está vendiendo a cincuenta o sesenta pesos el kilo en los balnearios esteños.
La cadena de la fruta y las hortalizas se genera de la siguiente forma: el puestero compra el durazno al intermediario del Mercado Modelo de Montevideo a 14 pesos el kilo, pero éste a su vez lo había comprado a solo seis o siete pesos al productor en las chacras. Quiere decir que el granjero, el que está todo el año en la tierra, el que se arriesga y trabaja de sol a sol, percibe en la mano a veces solo una décima parte del precio final, por lo que los dos extremos de la cadena son los más perjudicados por un mecanismo al que no se le ha encontrado una salida satisfactoria en décadas.
Un chacrero de Canelones explicó al periodista que “esos intermediarios de mayor volumen o poderío duplican las ganancias en menos de 24 horas, no tienen ningún interés en aumentar la cantidad de fruta en el mercado; si le bajaran los precios les significaría más trabajo, cuando por el otro lado todo es más fácil”.
La ecuación es muy simple para los intermediarios: ¿qué necesidad tienen de pasar más trabajo vendiendo la fruta a menor precio debido a la mayor producción, si al bajarla artificialmente --comprando menos-- mantienen las ganancias y aún las aumentan porque tienen que manejar menos volumen, lo que implica menos transporte y empleo de mano de obra?
Los grandes perdedores en este esquema son el productor, que vende menos fruta y no sabe qué hacer con ella porque está cerrada la exportación al Brasil, y el consumidor, el ciudadano de a pie, que tiene que comprar al precio que se ofrece en los puestos, que podría ser la mitad.
Estamos ante un claro ejemplo de la imposición de la cadena de intermediación sobre quienes son la base de la ecuación, y quienes llevan todas las de perder, porque al productor le tocan siempre las verdes y el consumidor no tiene dónde elegir, en tanto tampoco hay infraestructura ni posible mercado para industrialización.


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