Paysandú, Martes 24 de Enero de 2012
Opinion | 20 Ene La vida siempre nos pone ante situaciones complejas, inesperadas, adversas. Pasa todos los días, generalmente en situaciones domésticas que podemos resolver aunque se pase por momentos de aflicción y quedan como anécdotas familiares para la hora de la cena. No mucho más.
Vivir es tanto reír como llorar, de eso no quedan dudas. No obstante, hay situaciones límites que exponen lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Eso ocurrió sin dudas hace pocos días cuando el crucero Costa Concordia naufragó causando la muerte de varias personas, pero especialmente haciendo vivir horas de terror a los más de tres mil turistas a bordo y los mil empleados.
Resulta extraño, pero muchas veces determinados acontecimientos son tomados como todo un símbolo de la sociedad. Este hundimiento también. Hay un capitán que no navegó de manera apropiada y terminó chocando contra rocas, lo que a su vez provocó el rápido hundimiento parcial del inmenso buque. Pero lejos de quedarse en cubierta hasta que el último de sus pasajeros la abandonara, huyó tan rápido como pudo.
Hay un jefe de puerto que luchó, gritó, se enfureció para que el capitán retornara al barco e hiciera lo que era su deber, ayudar en las tareas de rescate.
Hay una frase que ya es emblemática, “Vada a bordo, cazzo” (¡Suba a bordo, carajo!). Y hay dos maneras de ver la vida. Aquella en la que lo único que importa es el propio pellejo y aquella en la que por encima de nuestra vida está nuestra misión en la vida. Solo fue un accidente, y aun hoy sus víctimas están sometidas a tratamientos sicológicos porque no pueden continuar con sus vidas después de los terribles momentos vividos. Las verdaderas víctimas son esas cuatro mil personas y a ellas se les debe respeto.
Pero incuestionablemente, como tantas otras veces en la historia de la humanidad (el caballo de Troya, por ejemplo) un hecho es tomado por el colectivo universal como un símbolo. Y este lo es. Es el símbolo de muchas sociedades nacionales cuyos gobiernos no saben realmente qué hacer y llevan el timón alegremente, sin medir consecuencias, hasta que el agua comienza a invadir todo y el naufragio es inminente. Y el sálvese quien pueda prima por encima de la misión de quedarse a bordo.
Siempre hay honestos, siempre están los que se juegan por sus convicciones, ideales y allí están dispuestos a dar todo, mientras haya vida, porque hasta entonces hay esperanza. Una historia humilla, una historia redime. Lo que importa es que de esta historia salgan más personas dispuestas a volver al barco, a subir a bordo aunque el barco se hunda. A cualquier nivel, lo que importa es ser solidario. Hay que volver al barco en tanto haya quien nos necesite.
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