Paysandú, Miércoles 25 de Enero de 2012
Locales | 23 Ene Hay un hecho fácilmente constatable, pese a vivir en un mundo globalizado y entre dos vecinos que desde el punto de vista poblacional significan que uno es 14 veces más grande y el otro 60 veces mayor. Y es que los uruguayos somos distintos.
Esto no significa un juicio de valor. No somos ni mejores ni peores, pero sí diferentes a pesar de que por nuestra pequeñez deberíamos ser fácilmente influenciables.
Es muy difícil distinguir a los habitantes de los países de América Central o entre venezolanos, colombianos, ecuatorianos. En cambio hay otros países que tienen una identidad notoria, caso de Chile o Uruguay.
¿Cuáles son los factores que contribuyen a formar el perfil de los habitantes de una región sin olvidarnos que el hombre es en general un animal gregario, que aprende fácilmente y que tiene además memoria?
Para nosotros y en este orden cronológico estos factores son: 1) los habitantes primigenios de la zona, o sea los nativos que por supuesto tengan una idiosincrasia y una cultura pasibles de ser incorporadas por sucesivas generaciones, 2) los invasores, que por la fuerza tratan de imponer su nivel de organización y hasta su idioma y 3) los inmigrantes, que se integran pacíficamente y aportan toda la historia acumulada de sus países de origen, sus habilidades, su cocina, etcétera.
Por supuesto que Uruguay no escapa a este planteo, ya que además de lo expuesto --que desarrollaremos a continuación-- hay otras condicionantes en la formación de la uruguayez que por su importancia también trataremos.
Empezaremos por el apartado 1: los nativos. Aquí nos metemos en un tema polémico que trataremos de desmitificar. Se habla y se ha escrito mucho sobre los charrúas, que recorrieron el territorio uruguayo antes que los conquistadores. Y decimos recorrieron porque eran nómadas, no habitaban, además eran originarios de Entre Ríos y parte de Corrientes y realizaban incursiones de cacería en el Uruguay que duraban mientras hubiera comida. Eran diestros jinetes con las patas a lo loro de estribar entre los dedos al decir de José Hernández.
Aparte de haber sido utilizados en las batallas contra los portugueses y en alguna lucha interna de los caudillos --donde peleaban por el carcheo, que significa quedarse con las pertenencias, ropa, armas, caballos de los caídos en el campo de batalla--, nada aportaron a la formación de la cultura nacional.
No tenían arquitectura, cerámica, artesanía, su lenguaje era gutural, limitadísimo y nada ha quedado de él. Se han encontrado puntas de lanzas, piedras de boleadoras y pocas cosas más. No dominaban el fuego y por lo tanto eran recolectores, comían frutos, semillas, huevos, pescado y carne crudos. No tenían hábitos de trabajo ni los adquirieron nunca, por lo que se resistieron a cualquier disciplina que les quiso imponer el hombre blanco. Todo esto no justifica la terrible decisión tomada por los Rivera --presidente en ejercicio uno de ellos-- de llevar al exterminio a todo un grupo de humanos. Pero así fue.
Y aquí nos enfrentamos con uno de los mitos de la uruguayez: la “garra charrúa”, término generado en el periodismo deportivo, fundamentalmente el futbolero. Como ya dijimos, esta tribu no tenía características dignas de ser heredadas. Al ser nómadas no tenían apego a la tierra, peleaban por algún interés y su coraje en batalla emanaba de su intolerancia e incultura.
Sin embargo, hubo y hay una tribu que es en realidad una raza con características propias, la piel, el caballo, la mansedumbre, el sedentarismo, la inteligencia, la habilidad manual, el idioma, etcétera, que son los guaraníes que ocuparon el Paraguay, el litoral argentino, el sudoeste brasileño y nuestro Uruguay.
En ese inmenso territorio dominado pacíficamente, sin guerras fratricidas, dejaron su impronta a tal extremo que la mayoría de la toponimia de la zona se basa en palabras de este idioma tan dulce y expresivo, ejemplo, Uruguay, Queguay, Arapey, Ybicuy, Pirarajá, Carapé, etcétera, y en este momento el guaraní y el español han sido declarados lengua oficial del Paraguay.
Fueron los jesuitas los que descubrieron para el hombre europeo la calidad de este pueblo. Que rápidamente aprendía los oficios que venían de Europa, y así se transformaron en excelentes albañiles, pintores, ceramistas, ebanistas, vaqueros, artesanos del cuero y del metal, tejedores, agricultores, luthiers. Y aquí hacemos una sorprendente constatación: cinco años después de la llegada de los jesuitas se estaban enviando a España estatuas de santos, retablos católicos y luego violines, guitarras y arpas hechas por los indígenas que nada tenían que envidiar a las manufacturas de los artesanos europeos con siglos de tradición. Muy ilustrativo a este respecto es lo ocurrido en setiembre pasado. En Paysandú fue robada por encargo de algún coleccionista de arte una estatua de San Benito que engalanaba la sacristía de la Basílica de esta ciudad, obra tallada y pintada en una sola pieza de madera dura por un indio guaraní cuyo nombre no ha recogido la historia y que fue donada por los propios indios a la Catedral. Se trata de una pérdida de valor incalculable y absolutamente irreemplazable, ya que tiene más de 200 años.
Si recorremos el Interior y sobre todo el Litoral y el Norte nos encontramos que está fijado en la población el tipo racial guaraní, el color oliváceo de la piel, el pelo oscuro y lacio, los ojos penetrantes y negros, el físico espigado, etcétera, y por supuesto el uso de mucho vocablos guaraníes.
Por todo lo expuesto, creemos que del punto 1, influencia de los habitantes primigenios en la formación del perfil de los pobladores de una región, en el caso de Uruguay son los guaraníes los principales actores. Recordemos además que fueron los descubridores y primeros turistas de las frescuras de nuestras playas oceánicas --Rocha-- ya que todos los veranos emigraban del calor del Paraguay y la Mesopotamia para establecerse en el sudeste uruguayo. Entre las provisiones que traían por su fácil conservación y consumo directo estaba el fruto del butiá, y se afirma que los palmares que atraviesan el territorio uruguayo y que van desde la Mesopotamia hasta Rocha son el resultado del transcurrir de los guaraníes durante cientos de años sembrando inadvertidamente.
Entraremos a analizar el factor número 2 que formó parte de este perfil uruguayo, que son los invasores. Aquí no hay discusión; el papel excluyente lo tiene España, todos conocemos el auge del colonialismo a partir del siglo XVI, de las principales potencias europeas y entre ellas se destacaba España, que ingresa a este período histórico con algunas realizaciones impresionantes, por ejemplo, en 1492 --después de 700 años de dominio árabe-- los Reyes Católicos expulsan a los moros de España; ese mismo año una expedición española descubre América y toma su posesión para la corona. A partir de este momento el imperio español no cesa de crecer y cuando Carlos V fue coronado pudo decir con razón que en sus dominios no se ponía el sol.
Esta nación poderosa, ganadora, riquísima, de gran cultura y apoyada por la institución más importante del mundo occidental en esa época, que era la Iglesia Católica, fue la que desembarcó en Uruguay, primero buscando especies y metales preciosos --nada de esto había-- entonces decidieron asentarse para consolidar su dominio territorial.
Para ello trajeron pobladores de España. En nuestro caso, de las Islas Canarias. Introdujeron la ganadería, con lo que sellaron el futuro de nuestras praderas naturales, hicieron Montevideo como plaza fuerte, ciudad y el puerto más importante del litoral Atlántico, diseñaron otras ciudades, trajeron un sistema de gobierno y justicia, un ejército, un sistema de enseñanza y sobre todo el idioma.
Toda esa gigantesca obra se llevó a cabo en base a hombres que la dirigieron, que desde los Adelantados hasta los Virreyes, eran elegidos personalmente por el Rey de España. Era gente de su absoluta confianza, de alto nivel cultural y de formación cívico-militar de primera categoría.
Las herramientas de la colonización española fueron la espada y la cruz. En el primer caso todo lo que se oponía había que eliminarlo. La cruz tenía 2 misiones: una, justificar --sobre todo para Europa-- los crímenes de la espada; y la otra, catequizar a los nativos para la absoluta obediencia a los conquistadores a través de la fe católica.
Evidentemente, con este cúmulo de elementos España era el ejemplo a seguir por los habitantes del territorio y es clara su influencia en la formación de la uruguayez. Hay una tendencia de los pueblos a copiar o emular a los que los dirigen. Además, los virreyes y sus acólitos eran gente muy diestra en el manejo de las armas e imbuidos de un aura de invencibilidad, de coraje respaldado por la historia (la expulsión del Islam, Cortez, Pizarro, Orellana). Esta gente valiente y orgullosa de su formación estaba acostumbrada a no perder y se consideraban superiores al resto de la humanidad, avalados por la iglesia que los ponía como ejemplo. Aún hoy para ellos somos los sudacas a quienes vinieron a civilizar.
Esta mezcla de fe en sí mismo y en su historia --y de no querer perder-- son los componentes que a nuestro criterio forman la rebeldía uruguaya que tiene muchas más hondas raíces que el simplismo de llamarla “garra”. Así fueron Artigas, Rivera, Lavalleja, Oribe, Leandro Gómez, Leandro Olivera, los Saravia, etcétera, quienes a fuerza de coraje enfrentaron y vencieron a enemigos superiores --caso del Imperio de Brasil-- pero que no tenían esa fuerza interior que ellos tenían en su ser y que sabían transmitir.
Pasaremos al factor número 3: la inmigración. Estas tierras fértiles, casi desiertas, llenas de ganado, con excelente clima templado, de fácil acceso por mar, sin grandes accidentes geográficos, sin catástrofes naturales, sin nativos hostiles ni enfermedades endémicas, eran un imán para la gente en busca de oportunidades y más aun para quienes huían de las crisis y guerras europeas. Fue así que gente de todas las nacionalidades arribó a nuestro territorio, pero sin duda alguna los predominantes fueron los italianos y los españoles. De estos últimos ya hablamos en el capítulo anterior, por lo que veremos ahora qué aportaron los italianos.
Provienen de una nación con milenios de historia, que en la época de los romanos era el imperio más grande y poderoso del mundo, con una tremenda cultura y organización. En materia artística, cuna de los más importantes pintores, músicos y escultores de la humanidad y también de calificados científicos, investigadores, inventores, etcétera.
Con todo este bagaje a cuestas y presionados por la necesidad, llegaron de todos los estratos sociales. Agricultores, obreros, mecánicos artesanos, etcétera, aportando sus oficios y habilidades que hicieron adelantar años a los operarios uruguayos que rápidamente asimilaron las novedosas técnicas que les traían, conjuntamente con hábitos de trabajo. Y no solo esto, sino que también llegaron costumbres tales como la gastronomía, que se incrustó en nuestra sociedad.
Pero a nuestro juicio, lo más importante que trajeron fueron sus experiencias centenarias, su creatividad e ingenio, que fueron la base de lo que conocemos como “viveza criolla”. Según el diccionario de la RAE, la definición de criollo es el descendiente de extranjeros que se integra y asimila las costumbres de la colectividad. De acuerdo a esto, todos somos criollos en este país y todos tenemos la viveza en mayor o menor medida.
Por todo lo expuesto, creo que hemos definido los principales elementos que forman el collage de la uruguayez. Contaríamos en principio y por su orden cronológico la influencia guaraní, aportando tipo racial, toponomia, vocablos, inteligencia, habilidad manual, humildad que en algunos casos sorprende por su modestia, aun ante algunas agresiones.
Luego viene la aparición del colonizador español, cuya influencia es enorme e innegable. Tenemos el idioma, la tradición cultural, el diseño y ubicación de villas y ciudades, las rutas, la configuración de Montevideo como ciudad puerta del río de la Plata, nuestra economía pecuaria, la base de nuestra legislación, de donde emana nuestro sentido del orden y la justicia, etcétera.
Pero hay dos elementos no cuantificables que están imbricados en la personalidad del uruguayo y que vinieron con los españoles: el orgullo de sí mismo, o sea de su capacidad, su formación y su cultura; y el coraje para defender sus ideas y principios con la capacidad de luchar hasta el límite de sus fuerzas cuando considera una causa justa. Esta es la verdadera “garra”.
Si pasamos a los inmigrantes, tenemos un mosaico enorme, ya que Uruguay es un país generoso que siempre tuvo los brazos abiertos para recibir al extranjero, de todos hemos captado influencias, pero luego de los españoles creemos que los italianos han sido la colectividad determinante de nuestra idiosincrasia.
A partir de 1870 se produjo la gran emigración europea a raíz de la crisis alimentaria y los italianos no escaparon a ella. Uno de los destinos que eligieron fue el Río de la Plata, fundamentalmente Argentina. Todos sabemos que Italia está dividida en dos regiones bien diferenciadas: el norte industrial y de tierras fértiles, y el sur de tierras pobres y con habitantes de bajo desarrollo que iban al norte a buscar trabajo. Cuando este se agotó formaron el gran caudal de emigración.
Un estudio realizado en Argentina por la Facultad de Derecho determinó que el 75% de los habitantes de Buenos Aires eran descendientes de italianos y más del 50% de italianos del sur. Esto significa que en la formación del porteño influyeron con su deficiente educación y sentido moral los sicilianos con su mafia, los napolitanos con la camorra y los calabreses con la n’anghetta..De ahí que somos tan distintos; el porteño es un subproducto de la incultura, grosería y procacidad de los italianos del sur vociferadas estruendosamente por los Tinelli y los Maradona --apellidos napolitanos los dos-- para el consumo masivo de una colectividad incalificable. Para los porteños seguimos siendo una provincia para veranear y, lo que es peor, en relación de dependencia desde el Virreinato del Río de la Plata.
A Uruguay la mayoría de los que vinieron provenía de la parte norte de Italia. Fuimos favorecidos porque esta inmigración fue realmente fecunda y nos aportó, como ya dijimos, cultura, una nueva gastronomía, técnicas y la cuota de creatividad e ingenio que llamamos picardía o “viveza criolla”.
Creemos tener caracterizado el uruguayo típico, por eso es tan elogiada internacionalmente su forma de ser y es tan requerida la calidad de su mano de obra.
Hemos dejado para el final el único elemento material por el cual se lo puede identificar, independientemente de si está en el país o en el exterior. Este adminículo proviene de la cultura guaraní y es sin duda su invención más trascendente. Cuando el español llegó a estas tierras a sangre y fuego, el indio guaraní lo recibió con un mate, maravilloso instrumento de relaciones públicas que indica claramente la vocación pacífica y amistosa de quien lo brinda. Lo que ha influido esta bebida en nuestra colectividad es algo extraordinario. Hoy la consumen todos los estratos sociales y económicos, desde el poder político, hasta casi la totalidad de la población urbana y rural --cuando se radican en el exterior, su primera medida es lograr el abastecimiento regular de yerba--. Somos el primer consumidor mundial per cápita y eso que no producimos la materia prima. Hay monumentos al mate en varios lugares del país. En Argentina dicen que se conoce a un uruguayo desde lejos porque anda por la calle con el termo bajo el brazo y el mate en la mano.
Concluimos: para ser matero, hay que tener la filosofía de vida que ello implica, o sea... la uruguayez. Cr. Julio Burcazzi
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