Paysandú, Viernes 27 de Enero de 2012
Opinion | 26 Ene La bonanza económica que se manifiesta en los números macro en el Uruguay, que incluso permitió reducir el déficit fiscal del año anterior a solo el 0,8 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI) gracias a un aumento en la recaudación --pese a que se siguió incrementando el gasto público--, no puede disimular que la industria nacional, y dentro de ella la local, atraviesa momentos particularmente complicados, con todo lo que ello significa como factor socioeconómico adverso.
Precisamente Paysandú, departamento agroindustrial por excelencia, porcentualmente es el que en el contexto nacional recibe el mayor impacto negativo por las condicionantes que sufre la industria, cuando paradojalmente los indicadores macro de la economía reflejan que Uruguay ha seguido creciendo en 2011, han bajado los índices de desempleo y hasta se han reducido los niveles de pobreza e indigencia, de acuerdo a las estadísticas.
Pero, como bien dice el refrán, no es oro todo lo que reluce, y además los promedios son los que dejan abajo del agua a los petisos, entre quienes nos encontramos si tenemos en cuenta que la peor parte en la economía la está llevando la industria manufacturera, corazón del Paysandú que se proyectara a partir de fines de 1940 y 1950 con la creación de las grandes industrias exportadoras.
Hay varios factores que coadyuvan a que se dé esta situación, que tiene como ejemplos más notorios lo que acontece con la textil Paylana, la difícil situación que atraviesan los cítricos y los problemas que se están dando en los cueros y hasta en la industria forestal, que se resumen igualmente en muy pocas palabras: el costo país. Es muy caro producir en Uruguay, y este encarecimiento sostenido nos está expulsando de los mercados, a los que no llegamos con precios competitivos y estamos perdiendo además en la ecuación calidad-precio, por la gran incidencia de este último componente. Es cierto que los problemas de la industria textil no se han generado en el actual gobierno ni en el anterior, sino que se arrastran sin respuestas desde hace más de una década, y Paylana no ha sido la excepción. Aún así, a lo largo de los años ha logrado sobrellevar la crisis del sector al punto de ser la última textil en actividad en el Uruguay, ahora en medio del traspaso a la gestión cooperativa por sus trabajadores ante la inviabilidad de la empresa original.
El punto es que esta producción es muy cara en nuestro país, como tantos otros productos, ante las condicionantes que se dan sobre todo en los países asiáticos y que hacen la diferencia a su favor en las cotizaciones de los artículos terminados en los mercados mundiales. Ello no quita, por supuesto, que los sanduceros todos, sin distinciones, apostemos calurosa y esperanzadamente a la reactivación de Paylana, que significa empleos directos e indirectos para unas mil familias –funcionando a pleno--, el procesamiento de producción nacional, la revitalización de infraestructura de apoyo y el consecuente reciclaje de salarios e insumos por millones de dólares al año en la plaza sanducera.
Lo que también se da por la actividad de Paycueros y otras industrias locales que en su conjunto son todavía la espina dorsal de un Paysandú que basó su pujanza de mediados del siglo pasado y décadas posteriores en el trabajo de su gente, en el conocimiento aplicado, en la laboriosidad.
A través de EL TELEGRAFO dábamos cuenta hace pocos días de las dificultades de empresas citrícolas para subsistir, como es el caso de la industria Forbel Univeg, que es la misma problemática, con matices, de otras empresas del sector, que están atosigadas por los altos costos y son desalojadas por la competencia de los mercados internacionales.
De nada sirve aparentar que todo marcha bien cuando es notorio que estamos ante emprendimientos de riesgo sujetos a los avatares del escenario internacional y condicionamientos propios de un país con un Estado de tamaño desmesurado que encarece los costos de producir, con limitaciones logísticas, donde sigue primando un tipo de cambio deprimido por el que se pretende combatir la inflación y hace que resulte mucho más lucrativo volcarse a la importación que producir.
Para esto no existen soluciones mágicas, sino que el desafío es constante, y lo que sí corresponde es asumir la realidad, que el problema existe y que hay que ensayar respuestas antes que seguir regodeándonos con una bonanza, que sigue prendida con alfileres.
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