Paysandú, Jueves 02 de Febrero de 2012
Opinion | 28 Ene Suena a paradoja que en el país que en poco tiempo llegará al millón de hectáreas de bosques implantados con destino de industrialización, fundamentalmente de eucaliptos, estén cerrando aserraderos porque no logran abastecerse de materia prima, y cuando lo hacen, se encuentren con precios que conspiran contra su actividad porque existe una demanda de madera que está por encima de la capacidad de producción. Ciertamente también hay intereses que tienen que ver con la propiedad y consecuente libertad de explotación para canalizar prioritariamente la madera hacia los grandes consumidores, que son fundamentalmente la planta de celulosa ya funcionando y la prevista a construirse próximamente.
Por lo menos esta es la evaluación primaria que surge de la situación que se ha planteado en nuestro país, en plena zona maderera, como son los departamentos de Paysandú y Río Negro, donde se registró hace pocos días el cierre de Maserlit, un gran aserradero que procesaba madera que en su momento pertenecía a la empresa propietaria Ence, y que luego de su venta ya no tuvo abastecimiento asegurado y debió salir a comprar la materia prima al mercado local.
Pero las dificultades no empiezan ni terminan con este emprendimiento, sino que los aserraderos que subsisten en Paysandú, como en otros departamentos, están presentando problemáticas similares, y de acuerdo a lo manifestado por empresarios del sector a EL TELEGRAFO la fuente de trabajo está en riesgo por los altos costos de la madera y de funcionamiento, cuando estamos ante un ítem de producción nacional y que por lógica debería ser de gran disponibilidad.
Por supuesto, es impensable que de un millón de hectáreas implantadas, estén todas en producción y mucho menos con el grosor necesario para el aserrío, pero hay evidentemente algunos aspectos que no se previeron en la norma que promueve y regula la actividad forestal. Sin perjuicio que, como en todos los órdenes de la vida, surgen imprevistos y deben arbitrarse por esta vía conflictos de intereses en los que de alguna forma es pertinente intervenir en beneficio del interés general, cuando las circunstancias lo aconsejan.
Y por cierto que es de recibo que los empresarios planteen la necesidad de que se disponga que un porcentaje muy menor –del tres al cinco por ciento-- de la producción maderera, con el calibre adecuado, se reserve para que los emprendimientos de aserrío y otros destinos cuenten con materia prima para trabajar, porque ello va en sintonía con los intereses del país. A precios de mercado, naturalmente, porque no se trata de regalar nada, sino de generar oportunidades de trabajo cuando se crea riqueza, para cuya generación a la vez durante años la población toda ha puesto su cuota parte a través de los subsidios que han estimulado la implantación de bosques.
Más allá de esta problemática específica hay también otros aspectos vinculados al sector forestal que no solo atañen a los empresarios, tanto a los productores como a los propietarios de aserraderos y otros emprendimientos para procesamiento primario de la madera, sino a políticas de gobierno, desde que los altos costos operativos están impactando cada vez con mayor fuerza en la rentabilidad de los emprendimientos y un porcentaje significativo ya está con números en rojo, como era el caso del aserradero de la Ruta 25.
Una pista de la gravedad de la situación la da precisamente el gerente de la Sociedad de Productores Forestales, Edgardo Cardozo, quien en declaraciones a El País situó en más de un ochenta por ciento los costos en salarios, combustible y flete, al punto de señalar que “nos están poniendo entre la espada y la pared; al final nos van a empujar al vacío”, por cuanto “los costos internos del país nos están comiendo cada vez más”.
Trajo a colación además una muestra de la gran incongruencia de la situación del sector: reveló que se exporta “algo” de rolos procedentes de bosques cuidados hacia el mercado asiático y con esa madera en destino se fabrican muebles de jardín que después se reexportan a la Unión Europea, para preguntarse “¿cómo es posible que sea negocio mandar un tronco al sudeste asiático, que luego ellos sí compitan exportando a Europa y que nosotros no podamos transportar 200 kilómetros un tronco y ser competitivos con productos elaborados en Uruguay?”
Un razonamiento que hemos formulado en varias oportunidades: por la misma razón que resulta más barato importar tomate industria que producirlo en la periferia de donde se consume, importar zapatos y vestimenta en el país del cuero y de la lana, mientras la industria atraviesa serias dificultades, y porque es más negocio abrir un comercio de venta de artículos de importación que un emprendimiento productivo. Es porque somos cada vez más caros, y seguimos como si tal cosa, caminando displicentemente en medio de arenas movedizas.
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