Paysandú, Jueves 02 de Febrero de 2012
Opinion | 30 Ene Desde el sábado el Partido Comunista de Cuba (PCC) ha iniciado una inédita conferencia nacional de dos días, que tiene entre sus principales objetivos el discutir una modernización, separar la acción partidaria del gobierno e impulsar las reformas promovidas por el mandatario Raúl Castro, aunque sin renunciar al poder que ejerce el partido en la isla desde hace ya más de medio siglo.
Estamos hablando del último bastión comunista en Occidente, pero también ya un rara avis en el mundo, luego que desde fines de la década de 1980 comenzaron a caer en cascada uno tras otro los regímenes marxistas leninistas en todo el mundo, arrastrados sobre todo por el derrumbe de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Ésta fue la referente de todos los regímenes comunistas y naturalmente, dotó de apoyo logístico, económico y militar, por razones ideológicas, a gobiernos como el de Cuba, en este caso con el objetivo de establecer una cabeza de puente en América Latina y en las barbas de Estados Unidos.
Ocurre que con el paso de los años el sistema cubano “implotó” por su inviabilidad, luego que se le cortó el suministro soviético y quedó librado a sus propias fuerzas, mientras rechazó sistemáticamente toda eventual democratización, incluso gradual, aferrándose a ultranza a la vigencia del partido único.
En el caso que nos ocupa, la Primera Conferencia Nacional se pronunciará entre un centenar de propuestas, incluyendo las de promover a más negros, mujeres y jóvenes a posiciones de poder en un país que está igualmente en una etapa de “transición”. Esto significa la puesta en marcha de una reforma económica que pretende ampliar el espacio a la participación privada, incluyendo el despido y pasaje de medio millón de cubanos desde su empleo seguro en el Estado a la actividad privada, para tratar de revitalizar la agónica economía de explotación colectivizada.
El Partido Comunista de Cuba es el único partido permitido por la ley en la isla y dominado por la Vieja Guardia de la Revolución, y propone limitar a diez años el tiempo para ocupar un cargo de poder, cuando hasta ahora no había ningún límite y los dirigentes podían eternizarse si estaban en comunión con el partido.
Otra innovación propuesta es que puedan ingresar a cargos de poder quienes no militan en el partido, pero siempre que “asuman” las políticas comunistas, es decir que se allanen a la línea impuesta por el régimen y por lo tanto bajo la amenaza permanente de su relevo en caso de desobedecer lo que dicta la doctrina.
El analista Arturo López Levy, experto en temas cubanos de la Universidad de Denver (Colorado, EE.UU.), dijo a la agencia internacional AFP que “la trayectoria política presente hace difícil avizorar algún cambio esencial en la naturaleza unipartidista o ideológica del régimen político cubano como resultado de este cónclave”. Este razonamiento nos recuerda los “cónclaves” a los que solía convocar la dictadura uruguaya para anunciar luego rimbombantes proyectos de gobierno, naturalmente que en base a la opinión de los “iluminados” que se felicitan entre ellos por sus fantásticas ideas y naturalmente, sin dar participación y menos tolerar que haya opiniones discrepantes con la del mandamás.
En Cuba precisamente el gran fracaso económico y social –salvo que sea un éxito el igualar hacia abajo y extender la pobreza como si fuera un mérito-- y eso sí, con significativos avances en materia de extensión de la salud y alfabetización, no ha alcanzado para que desde el propio Partido Comunista se evaluara la posibilidad de abrir canales de expresión a otras opiniones, con un ánimo por lo menos disimulado de cierta democratización. Lo explica bien López Levy cuando evalúa que “el PCC sigue teniendo una estructura leninista, pero la bancarrota del modelo estatista y los debates con la sociedad en los últimos cinco años lo han hecho menos doctrinario”, aunque “ninguna evidencia disponible apunta a que piense renunciar al monopolio político que detenta”.
Este es precisamente el punto: aunque con maquillajes, estamos ante la reafirmación del totalitarismo, del régimen del partido único, dueño de la verdad y de las vidas de los ciudadanos, que no tienen opción, que no tienen la posibilidad de optar entre propuestas y ni siquiera de disentir. Porque la democracia y la libertad de elección entre partidos es una “pluriporquería” como la definió el dictador Fidel Castro hace ya muchos años, defendiendo que la verdad absoluta está en manos del Partido Comunista.
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