Paysandú, Sábado 04 de Febrero de 2012
Opinion | 28 Ene Los uruguayos, por lo menos la enorme mayoría, tenemos presente todavía el hondo drama que significó la crisis de 2002, que ha sido catalogada como la mayor de los últimos cincuenta años, incluyendo a la que sufrimos como consecuencia de la caída de “la tablita” en 1982, durante la dictadura.
Las consecuencias más notorias son la pérdida de empleos, la baja la calidad de los que se mantienen --menos en el caso de los funcionarios públicos– y una sucesión en cadena de situaciones adversas que repercuten sobre los sectores más vulnerables.
En plena bonanza en la región no podemos menos que sentirnos impactados y manifestar a la distancia nuestra solidaridad con lo que está ocurriendo a millones de personas en otras latitudes donde la tendencia se está dando al revés, como es el caso de países del Hemisferio Norte, desde los que otrora llegaron en corrientes migratorias, luego las recibieron --con muy poca disposición, por cierto-- y ahora son agobiados por el fantasma del desempleo y la recesión.
Este es el caso de España, donde el número de desempleados supera ya la barrera histórica de los cinco millones, con una tasa de 22,85%, récord en casi 17 años, en un país al borde de la recesión que multiplica las medidas de rigor para sanear sus cuentas.
El aumento del desempleo es especialmente dramático para los menores de 25 años, más de la mitad de los cuales (51,4%) se encuentra sin trabajo en un país donde 1,575 millones de hogares tienen a todos sus miembros desocupados.
En los últimos tres meses de 2011, 295.300 personas se sumaron a las listas de desempleados, que ya totalizan 5.273.600, en una manifestación clara de la entidad de la crisis, que sobrevino como consecuencia de la aplicación de políticas erróneas y de tratar de sostener una calidad de vida por encima de las posibilidades del país. Cuando la burbuja estalló, el golpe de efecto fue terrible.
La respuesta ha sido la clásica: reducción del gasto público, depreciación del salario y prestaciones sociales, e incluso aumento de impuestos, es decir medidas típicas de crisis que en un primer momento no hacen otra cosa que echar leña a la hoguera y realimentar la recesión.
Son las consecuencias de no haber apuntado a una previsión mínima, por lo que corresponde tomar buena nota cuando la coyuntura es favorable, como en nuestro caso.
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