Paysandú, Jueves 09 de Febrero de 2012
Opinion | 06 Feb “Tardé en reconocer la crisis”, señaló apesadumbrado ante el Congreso del Partido Socialista Español, (PSOE) el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero, al formular una rendición de cuentas respecto a su actuación al frente del gobierno y a su salida de la presidencia tras la derrota más contundente sufrida en las urnas por su colectividad cívica.
En estas palabras el mandatario intentó sintetizar el eje de las causas del fracaso electoral a manos de Mariano Rajoy, quien tiene a su cargo la cicóplea tarea de reconstruir la malherida nación europea, que tiene un desempleo que supera ya el 22 por ciento y un fuerte endeudamiento, con una recesión de la que todavía no ha podido salir y un déficit fiscal que se procura controlar para sentar sobre esa base la recuperación.
En su discurso Rodríguez Zapatero expuso elementos en los que pretendió argumentar cómo se fue gestando la bola de nieve que llevó a este estado de cosas, pero evidentemente la negativa a reconocer tempranamente –y sobre todo actuar en consecuencia-- cómo venía la mano fue el polvo que trajo estos lodos, y lo señaló al manifestar textualmente que “se ha dicho que tardé en reconocer la crisis.
Bien, es verdad”, aunque renglón seguido apuntó que “y es verdad que se me ha exigido algo que casi nadie era capaz de hacer, que era vaticinar la crisis más dura desde la gran depresión”.
Lo cual es cierto, pero también debe tenerse presente que en la Unión Europea con moneda única, los grandes afectados son los países que hicieron mal las cosas, que no lograron acomodar el cuerpo ante el chaparrón provocado por actuar irresponsablemente, contrariamente a lo que ha ocurrido en países como Alemania, la misma Francia, Finlandia, Suecia, entre otras que están tratando de sostener este andamiaje que han puesto en peligro España, Grecia, Italia, Irlanda, Portugal, por vivir sueños en castillos de arena. No por nada los llamaron países PIIGS, por sus siglas en inglés, pero que irónicamente suena también a “chanchos” en ese idioma.
Es de recibo sí lo manifestado por Rodríguez Zapatero cuando ante el congreso del PSOE señaló que a su juicio en las últimas elecciones los españoles “votaron cambiando el gobierno para intentar cambiar la realidad”, en lo que por esta latitudes llamamos también como “voto castigo” a quien el soberano considera no estuvo a la altura de las circunstancias. Tal vez buscando esperanzadamente la respuesta mágica a la crisis, sí, pero sobre todo marcando que no quiere saber nada con quienes a su juicio son los responsables de lo que ha ocurrido.
No hace falta ir muy lejos para encontrar ejemplos de ello: aquí en Uruguay, cuando la crisis de 2002, promovida en gran medida desde la debacle argentina y la epidemia de aftosa de un año antes, pero potenciada por nuestra vulnerabilidad y la tardanza en percibir y actuar ante la crisis por el gobierno de Jorge Batlle, de la misma forma que Rodríguez Zapatero, tuvimos también el voto castigo al entonces partido de gobierno.
La diferencia radicó en que mientras Mariano Rajoy tiene todavía casi todo por hacer en medio de la crisis, el gobierno de Jorge Batlle había adoptado casi sobre el fin de su mandato severas medidas de austeridad fiscal y correcciones que permitieron que a partir de entonces, en ancas de la favorable coyuntura internacional para nuestros productos agropecuarios, el Uruguay se fuera recuperando. Incluso la actual política económica es en mayor medida continuista de Batlle, según manifestara oportunamente el actual vicepresidente y ministro de Economía y Finanzas en el primer gobierno frenteamplista, Ec. Danilo Astori.
Pero lo que al fin de cuentas importa cuando se señalan los errores cometidos, más que identificar culpables o responsables, es que los gobiernos y el sistema político evalúen a tiempo factores de riesgo inminente para no ingresar en estos atolladeros traumáticos como el que tuvo Uruguay entonces y ahora España, así como la misma Argentina.
Lamentablemente, no todo pasa por detectar la masa crítica para el desenlace inminente, sino que están de por medio componentes como los costos políticos que se pagarían en la siguiente elección de adoptar en tiempo y forma medidas impopulares que permitan atemperar la crisis, lo que ocurrió en su momento en nuestro país y ahora con el gobierno de Rodríguez Zapatero, apostando a que se podrían maquillar los efectos adversos hasta las elecciones, para no sufrir el resultado en la urnas.
Ello hace dudar que fuera un cien por ciento exacto lo que manifestó el ex mandatario ante el congreso de su partido: no es que tardó tanto en reconocer la crisis, sino que posiblemente creyó que podría irla llevando antes de que se ingresara en el tobogán y no salir tan mal parado en la contienda electoral. La evaluación y los tiempos fueron equivocados y el pueblo español está pagando las consecuencias, sin saber aún dónde está el fondo de esta debacle.
Paradójicamente se trata de un país que hasta hace muy poco tiempo los uruguayos y muchos ciudadanos de países en desarrollo elegían para radicarse, porque las condiciones de trabajo eran excepcionales, los salarios “del primer mundo” y sobre todo, ejemplo de cómo tenía que instrumentarse el socialismo. Hoy está entre los “chanchos” de Europa, y los que recibimos inmigrantes somos nosotros.
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