Paysandú, Domingo 12 de Febrero de 2012

Efecto boomerang

Opinion | 10 Feb En más de una oportunidad hemos analizado en esta página el escenario que plantean las nuevas medidas proteccionistas argentinas en el Mercosur, que se agregan a la ya tradicional postura de trabar importaciones de países del bloque mediante la imposición de barreras. Estas suelen disimularse en demoras en el otorgamiento de licencias de importación automáticas o directamente detienen sin término el pasaje de mercadería desde terceros países –incluido Uruguay-- por las aduanas, en lo que en realidad responde a políticas que apuntan a esconder realidades que resultan cada vez más difíciles de ocultar y peor aún de evitar sus consecuencias negativas sobre toda la economía.
Por cierto que no resulta nada fácil desentrañar la compleja trama económica argentina, donde se mantienen subsidios inverosímiles e impuestos que se aplican a diestra y siniestra para intentar sostener políticas voluntaristas que han resultado en un abaratamiento de bienes y servicios. Pero a su vez esto genera la necesidad de otros subsidios y así sucesivamente, en busca de sostener artificialmente los costos de producción, aunque ya no hay prácticamente más de dónde sacar plata para hacer competitiva a la industria nacional.
Lejos de procurar respuestas que permitan una transparencia gradual de la economía, los sucesivos gobiernos, sobre todo el matrimonio Kirchner, se han jugado a apuntalar este andamiaje, realimentando una olla de presión que necesita ser reforzada día a día, apostando al milagro para que no estalle.
Las medidas proteccionistas argentinas que han distorsionado últimamente al Mercosur, con los consecuentes reclamos lógicos de empresarios de nuestro país, de Brasil y de Paraguay, apuntan directamente a lograr un superávit comercial que le permita a la vecina nación hacer frente a compromisos ineludibles, y reactivar su industria para crear puestos y reciclaje de recursos mediante un “encerramiento” propio de la década de 1950, que también se dio en nuestro país y que debió revertirse a partir de mediados de los 70 con una apertura al mundo. La consecuencia lógica es el deterioro de la calidad de vida de sus ciudadanos, el aumento de la inflación (que aunque existe es negada por el gobierno), mercado negro, pérdida del salario real de los trabajadores, desabastecimiento de productos de todo tipo –hasta los básicos en las góndolas de los supermercados, que por ejemplo en algunos no venden velas o papel de aluminio porque son importados— todo lo que la historia ya nos enseñó a los uruguayos y que del otro lado del charco se insinúa cada vez con más fuerza.
Argentina, por su tamaño, siempre sintió la tentación proteccionista, del pleno empleo subsidiado y la autosuficiencia, pero no existe país en el mundo que pueda hacerlo, como tampoco lo pueden hacer naciones desarrolladas que tienen mejores posibilidades, si fuera su intención.
Ya la política de sustitución de importaciones que volvió con bríos en su versión de Siglo XXI, como un nuevo capítulo de la máquina del tiempo, empieza a hacerse sentir en la vida cotidiana de los argentinos, y de acuerdo a las crónicas provenientes de la vecina orilla se ven contingentes de mochilas escolares retenidas en las aduanas a pocas semanas del comienzo de clases, la desaparición de golosinas importadas en los kioscos y la extensa falta de repuestos. Los técnicos en reparaciones de equipos ya se están quejando de que no pueden trabajar por falta de piezas necesarias para reparaciones tanto en autos como en heladeras, ventiladores, y en rubros como la electrónica es notoria la desaparición de marcas internacionales, mientras resurgen marcas de factura nacional ensambladas en Tierra del Fuego.
Pero son más los comercios y pequeñas fábricas que cierran porque no pueden continuar su actividad ante la imposibilidad de importar las piezas que necesitan para su trabajo, porque la idea es que todo sea de industria nacional o ensamblada en territorio nacional. Con todo esto, lo que busca el gobierno de Cristina Kirchner es alcanzar y mantener un superávit de diez mil millones de dólares anuales en la balanza comercial.
Para ello está embarcado en desterrar lisa y llanamente varios rubros de importación y no solo los productos de consumo, sino también insumos y bienes de capital. Ello condiciona severamente a la industria argentina, y es así que hay insumos como el automotor o la electrónica, donde los equivalentes importados pueden llegar al 70 por ciento del valor del producto que paradójicamente lleva el rótulo como de fabricación nacional.
En herramientas y maquinarias se estima que apenas el diez por ciento es de fabricación nacional, por lo que al cerrar las fronteras a la importación se registran severos daños colaterales a la propia industria argentina, ahora sometida a un estricto control para determinar qué es lo que pretende ingresar al país, si realmente lo necesita y si no puede adquirirlo en el mercado interno.
Queda igualmente un gran manto de duda respecto hasta donde podrá llegar la pasión proteccionista que lidera el secretario de Comercio Guillermo Moreno, porque Argentina no está sola en el mundo y ya ha comenzado a hacerse sentir la presión internacional, empezando por el Mercosur, ante las trabas argentinas.
Quizás ese haya sido el mensaje del vicepresidente uruguayo, Danilo Astori, cuando expresó públicamente que los grandes problemas de Uruguay con Argentina se deben a que en Economía tenemos políticas diametralmente opuestas. Pareciera que así está abriendo el paraguas por si surge algún movimiento nostálgico de este lado del río, aún cuando nuestra historia y las actuales circunstancias que se viven en la tierra de los Kirchner muestran que esa es la mejor forma de precipitar el abismo.


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