Paysandú, Domingo 12 de Febrero de 2012
Locales | 12 Feb Varias generaciones de sanduceros vivieron en el cine Astor inolvidables mañanas, tardes y noches de cine, en aquellos años en que el cinematógrafo era la principal diversión multimedia. En la pantalla grande, los niños gritaban de emoción mirando las series por capítulos del Cine Baby; la familia entera disfrutaba de las películas a todos color de las matinés y los adultos vivían grandes momentos en las funciones nocturnas.
La llegada de los clubes de video puso en jaque primero al negocio de la exhibición cinematográfica en todo el país, y especialmente en el Interior, hasta que fueron desapareciendo en la década de los ochenta. De los cinco que durante décadas compartieron el mercado (Astor, Avenida, Cine Club Paysandú, Florencio Sánchez y Glucksmann Palace) no quedó ninguno. Tres de esos edificios encontraron nuevos usos en una televisora, una sede bancaria y el shopping center. El Florencio mantuvo su condición de teatro hasta el año pasado cuando tuvo que ser cerrado para ser sometido a una completa reestructura.
El Astor fue el único que tuvo una historia errática, con diferentes negocios que se intentaron, especialmente vinculados a las discotecas. Primero en su hall se instalaron máquinas de juego electrónicas (lo mismo que en el Glucksmann Palace) y posteriormente la propia empresa que había sido la exhibidora cinematográfica más importante de la ciudad, Cavor S.A., decidió instalar la discoteca “La City”, en los años noventa. Más tarde fue el turno de “La Salsa”, en la que Cavor se asoció con otros empresarios locales. Más adelante, una empresa con sede en Mercedes, fue la que gerenció “Sicosis”, “Space” y El Templo”.
Desde entonces, la sala se ha llamado a silencio, y paulatinamente se ha ido deteriorando. Después de años, finalmente, un medio de prensa –EL TELEGRAFO-- pudo ingresar al inmueble y recorrerlo en compañía de sus ocupantes.
Nada queda de aquella coqueta sala de 440 butacas. Tiradas cerca de donde estuvo la pantalla, restos de los dos proyectores profesionales a carbón, que en algún momento durante la explotación del lugar como discoteca, fueron sacados de la sala de proyección y colocados como “decoración” para las noches de baile, risas, alcohol y diversión.
Obviamente, las butacas fueron retiradas antes de abrir “La City” y posteriormente -en otro emprendimiento de negocio nocturno- el piso inclinado de madera fue retirado y suplantado por hormigón. Se construyeron una zona elevada de baile, una fuente interior con un puente, barras para la venta de bebidas y guardarropas, entre otras cosas. Todo hoy en ruinas, en medio de una sala que literalmente se cae a pedazos. Caminar por el lugar, especialmente si se conoció la sala cinematográfica, causa desazón. Las ratas caminan por entre las maderas del cielorraso; las palomas y otras aves se mueven libremente entre los aproximadamente cinco metros entre el cielorraso y el techo; los rayos del sol muestran claramente los lugares donde las chapas del techo han sido vencidas. Un fuerte olor a humedad, el piso al que caen pequeños trozos de mampostería y otros materiales; las chapas de madera del cielorraso pendiendo trabajosamente y grandes espacios sin ellas, porque ya han caído.
Al fondo, un gran espacio vacío recuerda el sitio donde todas las miradas quedaban atrapadas por el haz de luz que le daba vida, cuando allí estaba la pantalla. Y más atrás, las ruinas de lo que fue la sala de caldera y del equipo de refrigeración, que ha sido ganada por las arañas y otras alimañas y por plantas de zapallo de tronco.
Con la ayuda de muchas manos, la sala paulatinamente fue destruida y hoy apenas si sobrevive su esqueleto, que se resiste a caer. Las paredes ya no tienen ni siquiera pintura. Cada nuevo empresario que llegó al lugar hizo más cambios sin respetar la estructura original; por el contrario, agrediéndola.
Vivir allí no es tarea sencilla, eso puede verse incluso antes de escuchar sus declaraciones. Las habitaciones que hoy ocupa el matrimonio joven y sus hijos fueron originalmente construidas en la época en que el lugar era administrado por empresarios de Mercedes, que como no vivían en Paysandú, hicieron una habitación y cocina para quedarse allí, en el área que alguna vez tuvo la boletería. El viejo cine Astor vale precisamente por eso, por la rica historia que tiene. Y vale porque Paysandú ya no tiene salas de espectáculos de alternativa, en tanto el Florencio Sánchez se encuentra en reparación.
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