Paysandú, Lunes 13 de Febrero de 2012
Locales | 12 Feb Katia González abre la puerta y EL TELEGRAFO ingresa a lo que fuera el hall del ex cine Astor. Sentado en una mesa, preparándose una tajada de pan con mermelada su esposo, Diego Fernández. Desde el fondo llega Raquel Ríos. También está presente el abogado Sergio Rodríguez Heredia.
En ese espacio que fuera el hall, está la cocina-comedor de la familia que forman Katia, Diego, y dos hijos. Raquel tiene una habitación un poco más allá, en la misma línea de construcción y Lorenzo Fernández, el sexto ocupante, reside a los fondos, con salida a calle Baltasar Brum.
Los seis ocupan el inmueble desde hace años. Raquel tiene a su nombre los servicios de energía eléctrica y agua potable y Katia el de telefonía fija. Viven allí desde hace muchos años. Desde 2004 la Intendencia de Paysandú procura desalojarlos, y desde 2010 mediante un proceso judicial que estaría a punto de terminar en los próximos meses. El inmueble, ubicado en el padrón 2410 tiene un frente a 18 de Julio de 14,60 metros, un largo de 44,34 metros en el lado este y 45,44 metros en el oeste. Esa es la parte central, la propiedad en la que funcionaba el cine. Luego hay otra parte a la que se accede por Baltasar Brum, de cuatro metros de ancho por 41,29 metros de largo. Su área total es de 820, 55 metros cuadrados.
“Esto no es una casa ni nada; no queremos estar acá; queremos conseguir una casa, una vivienda, y nos mudamos enseguida; es lo que más queremos”, se apresura a decir Katia.
No obstante, la pregunta básica es quizás la que nunca respondieron antes a un medio de prensa: ¿por qué ocupan el Astor? ¿qué conexión los llevó a quedar intramuros en esa propiedad que no les pertenece?
Raquel es quien puede contar mejor los acontecimientos. “Nosotros (se refiere a ella y a Lorenzo) estamos acá desde los años setenta, no viviendo aquí, pero trabajando para Cavor. Teníamos la cantina”. Estuvieron todos esos años vinculados al cine, y eran rostros conocidos por los cinéfilos que concurrían a las funciones del Astor. Posteriormente, aunque la cantina cerró, ellos siguieron cumpliendo diferentes funciones. Hasta que cerró el cine y llegaron las máquinas de juegos electrónicas (hoy conocidos como arcades). “Mi esposo fue el primero en venirse a vivir aquí”, dice Raquel sin dar más detalles. Lorenzo pasó a vivir en una pieza contigua a la sala de proyección que ya no se usaba.
Ella seguía vinculada a las empresas que iban pasando, trabajando. Cuando se instaló la discoteca “La Salsa”, “yo también me vine a vivir acá”, dice y tampoco explica por qué. Luego llegó el hijo, Diego y desde hace once años Katia.
Los cuatro afirman lo mismo a la hora de definir cómo quieren vivir su futuro. “Desde que comenzó todo esto en 2004 siempre dijimos lo mismo; no queremos quedarnos acá, solo que no tenemos adonde ir ni dinero para pagarnos una casa, comprarla o alquilarla”, dice Diego. “En definitiva, lo que nunca se ha reconocido, pero es así, nosotros en todos estos años hemos colaborado al mantenimiento del edificio, porque no hay escombros, está limpio, no está lleno de ramas ni nada. Nosotros lo hemos mantenido. Porque vivimos acá, claro, pero eso también ayudó a que el edificio no se deteriorara todavía más”.
“Limpio todo el cine cada semana, y siempre saco baldes de basura, porque es la que cae del techo. Imagínese si no limpiara cada semana, como estaría esto”, dice Raquel.
“Esto no es una casa ni nada parecido. Se vive mal, hay humedad, mis hijos pasan con alergias, yo tengo asma”, dice Katia.
“Cuando vino Blanco Fadol, además de recordar el lugar y al viejo (Lorenzo Fernández) quedó encantado con el lugar y dijo que al proyecto (de museo de música étnica) había que darle para adelante. Nosotros ahí ya pedimos dos viviendas, una para nosotros y otra para mamá y papá. Y parecía que todo estaba bien, que todo era posible, pero pasaron los años y nada. El edificio está cada vez peor, hay zonas que se llueve como afuera en las tormentas”, comentó Diego. La única vez que le ofrecieron una vivienda fue una ubicada en Colón entre 33 Orientales y Setembrino Pereda, “pero nos la ofrecieron solamente en comodato y cuando fuimos a verla estaba también en ruinas. No podíamos tomarla”, recordó Katia.
“Si a alguien le sirve esto, si la Intendencia quiere hacer algo acá, es tiempo de que lo haga, porque esto se está cayendo mal. Nosotros si nos dan una vivienda nos vamos rapidito. Incluso si hay que construirla no hay problema, es lo que se hacer. Aunque en ese caso deberíamos vivir acá hasta terminarla. Pero todo sirve. Queremos irnos. Somos los primeros en decirlo, siempre lo dijimos”, concluyó Diego.
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