Paysandú, Domingo 19 de Febrero de 2012
Opinion | 17 Feb Los gobernantes deben administrar los dineros públicos y usarlos para el beneficio de la sociedad. Deben buscar oportunidades de progreso, velar por la educación de todos y por reducir la inequidad. Gobernar es un arte, pero pocos gobernantes son artistas.
Ahora bien, más allá de la oratoria, del aparato político, de la fe de los votantes, los gobernantes --por el solo hecho de serlo-- generalmente se separan de la población media, en la medida que viven otra realidad. No sufren los mismos problemas cotidianos, no viven con un ingreso tan limitado que apenas si llega a fin de mes. Una y otra vez “los de abajo” piden que “los de arriba (en el gobierno)” vivan por un momento las vicisitudes de los que menos tienen.
Sin saneamiento por ejemplo. Ver cómo el pozo negro se desborda después de una lluvia fuerte y pasar horas al teléfono sin conseguir un turno de barométrica. Ir al hospital y porque no tiene cobertura médica sino solamente Carné de Asistencia, siempre le dicen que “el quince empezamos a dar números”. Escuchar al hijo pedir una extra que no puede complacerle, porque hay que llegar a fin de mes. Esas son las cosas que no sufren los gobernantes. Y eso es lo que de tanto en tanto las clases menos pudientes piden y vuelven a pedir. “Bajen y vivan un día como nosotros”.
Por ejemplo, cuando doña Juana y don Pedro deciden irse a pasear a Colón y contentos se dirigen al puente internacional. Y ahí pasan una hora o más, en un auto sin aire acondicionado, a pleno sol inclemente, esperando mientras tan lentamente que exaspera, el personal del Área de Control Integrado libera los vehículos. No es, conviene aclararlo, intención del personal que allí trabaja jugar a la tortuga. Pero sucede.
Si los gobernantes pasaran como cualquier hijo de vecino por el puente internacional, entonces comprenderían realmente el problema. Por eso, cuando un gobernante se reafirma como hijo de vecino merece destaque.
Recientemente, el presidente municipal de Colón, Mariano Rebord, salió de paseo con unos amigos, fue hasta Concordia y decidió volver por el lado uruguayo “porque es más pintoresco”. Obviamente, para regresar a Colón tomó Avenida de las Américas rumbo al puente. Y ahí el problema. Una larga fila de vehículos.
Contó que pasó 2:45 horas esperando. Un oficial de Migración al reconocerlo lo invitó a pasar por carril abierto. Se negó: “Quiero ver qué siente y sufre la gente”, dijo. Y se quedó. Y sufrió como cualquier hijo de vecino. Pero se quedó. Ahora, en el comité de integración fronteriza pelea por lo que vivió. Sabe que el desbarajuste de Migración del puente debe ser solucionado ya. Lo sabe, cuando recuerda el sol pegando en su espalda. Un buen ejemplo. ¿Cuántos jerarcas que desde Montevideo dirigen el funcionamiento del puente podrán hablar con igual propiedad que él?
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