Paysandú, Jueves 01 de Marzo de 2012
Opinion | 26 Feb Afirmar que el tránsito en Paysandú es muy difícil de abordar resulta casi una perogrullada. Tanto los expertos responsables como quienes “la vemos de afuera” sabemos que no se ha logrado aún llegar a un nivel de funcionamiento relativamente satisfactorio.
Sabemos de los esfuerzos que se realizan en ese sentido fundamentalmente por parte de la Dirección de Tránsito de la Intendencia Departamental que no sólo ha incrementado sensiblemente su personal inspectivo sino que consecuentemente muestra una mayor presencia en las calles, con la incautación de miles de motos y la aplicación de multas a infractores de todo tipo.
Sin embargo, hay un aspecto del ordenamiento de tránsito que no sólo se ha descuidado sino que incluso ha sido mutilado tanto en el sistema de ordenamiento automático, los semáforos, como en el señalamiento tanto con carteles como con franjas pintadas en las calles.
Veamos: si un peatón viene “subiendo” por 18 de Julio y llega a la esquina de Setembrino Pereda se encuentra con un verdadero dilema. Mira directo al frente para ver si el semáforo lo habilita a cruzar la calle. Primer problema: ¡No hay semáforo! Desconcertado mira hacia su derecha y ve dos semáforos en rojo y debe razonar muy rápidamente que eso quiere decir que si el semáforo estuviera donde debe le mostraría la luz verde, por lo que supuestamente debería poder cruzar pero aún le falta mirar hacia la izquierda para asegurarse de que no venga ningún vehículo. Nadie realiza todo ese procedimiento en un segundo por lo que el indefenso peatón tiene buenas posibilidades de quedar atrapado entre dos filas de vehículos que lo encierran como en una cacería o, lo que sería peor, puede terminar como un adorno más de una modesta motocicleta de 110 cc que “pica” muy poco pero ruge más fuerte un jet.
¿Qué sucede? Muy sencillo, seguramente algún administrativo descubrió que si no se reponía un semáforo cuando se rompía y dejaba de funcionar, se ahorraban algunos pesos y así Paysandú tiene el dudoso mérito de ser una ciudad que tiene cuatro, tres, dos y hasta un solo semáforo por esquina –aún en pleno centro--. Debe haber muy pocas poblaciones que presenten una incongruencia que resulta, en primer término, un peligro para todos los actores del tránsito y luego una característica antiestética que parece ser la consecuencia de una situación de desidia y abandono.
Pero, la situación en las esquinas céntricas no termina aquí porque, con un ejemplo similar, nos encontramos muchas veces que cuando vamos a cruzar una calle habilitados por el semáforo, un vehículo si interpone en nuestro paso, en muchos casos impidiéndonos cruzar. Tal situación seguramente nos lleve a encarar al conductor y reclamarle por no haberse detenido donde corresponde, según establecen las ordenanzas de tránsito. Y entonces deberemos “agachar la cabeza y callarnos la boca” cuando el automovilista, con toda razón, nos reclame “¿y donde está la línea blanca?” Y tendrá razón porque prácticamente no existen las franjas que deben delimitar los espacios, que fueron pintadas hace ya muchos años y con materiales inadecuados. Tampoco son visibles muchas de la “cebras” peatonales.
Y, en lo que también hace al ordenamiento del tránsito así como a facilitar información a propios y extraños, la cartelería es muy escasa, en muchos casos se encuentra en muy malas condiciones, mal ubicada y en ocasiones no respetan el diseño internacional, pudiendo ser mucho más chico de lo necesario (en casi todos los casos), o directamente inventos sanduceros que nadie más reconoce.
Además, salvo en pleno centro, después saber el nombre de una calle o en qué dirección se debe circular es tarea propia de oráculos. Y esto resulta especialmente incómodo cuando apreciamos, a poco más de una decena de kilómetros, que la ciudad de Colón luce un flamante sistema de carteles que cubre toda la ciudad y exhibe en las esquinas el nombre de hasta la calle más alejada y muchas veces deshabitada.
Tanto la reparación o reposición de semáforos, como el repintado de franjas blancas en cruces y “cebras” no requieren inversiones tan importantes como para que no puedan ser encaradas de inmediato, aunque sí deben hacerse bien, con materiales resistentes al clima, de alta duración y pinturas reflectivas. La cartelería acaso resulte un poco más complicado para llevar adelante mientras que también sería muy sencillo recuperar el adecuado flechamiento que oportunamente se pintara en los cordones de toda la ciudad. Incluso en muchos casos sólo habría que cortar el pasto que hoy impide un a correcta visualización de las flechas.
En suma, ni los semáforos, ni las franjas blancas, ni los carteles van a solucionar los serios problemas del tránsito sanducero pero, sin duda van a contribuir en buena forma a hacerlo más ordenado, más cuidadoso y, en definitiva, más seguro para todos.
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