Paysandú, Domingo 04 de Marzo de 2012
Opinion | 27 Feb Hace pocos días se cumplió medio siglo desde que John Glenn se convirtiera en el primer estadounidense en orbitar la Tierra, una misión cuyo principal objetivo fue igualar la carrera espacial que disputaba con la entonces superpotencia, la Unión Soviética. El 20 de febrero de 1962, Glenn logró a bordo de la cápsula Friendship 7 dar tres vueltas a la Tierra, en un tiempo de cuatro horas, 55 minutos y 23 segundos, catapultando a la fama a su piloto y poniendo por primera vez a la NASA al mismo nivel de los rusos.
Los soviéticos habían mostrado por años una capacidad técnica superior a la hora de ir al espacio. El vuelo de Glenn fue un verdadero hito de la NASA, luego de años de derrotas. Lentamente desde entonces los estadounidenses fueron estableciendo el dominio en la exploración espacial, hasta que en 1969 pusieron tres hombres en la Luna, dos de ellos en la superficie lunar.
Esa carrera ya no existe, pero eso no quiere decir que no haya una feroz competencia en el espacio exterior. No se basa en descubrir nuevos mundos y si Marte está habitado. Actualmente la competencia se libra en el campo de los satélites de posicionamiento. Todas las agencias espaciales quieren tener su propia constelación para no depender del sistema que, hasta hace poco, mantenía la exclusividad de la navegación: el GPS. Google Earth, los dispositivos “Tom-Tom”, las torres de control aéreas y marítimas, usan todos los sistemas de geolocalización. Por eso ningún país quiere descolgarse de esta fuente de control y de ingresos. También en estos días, el jueves 23 de febrero, fueron lanzados dos nuevos satélites: el MOUS-1, de comunicaciones militares de Estados Unidos y el MEO, de China, que busca completar su propio sistema de 12 satélites, que le permitiría operar sin dependencia con otras naciones o conglomerados de inversión. China, por otra parte, ha manifestado con claridad que no quiere compartir su sistema, porque aspira claramente a ocupar el lugar que tiene hoy Estados Unidos.
Pero mientras las principales naciones (respaldadas por enormes inversiones privadas) aceleran su carrera espacial para ganar más dinero en la Tierra, han dejado ya más de 6.000 toneladas de chatarra que gira alrededor de nuestro planeta. No es que no haya tecnologías para descenderlos, es que aquí ya hay suficiente basura como para todavía sumarle la espacial. Los grandes del mundo siguen haciendo dinero y desarrollando tecnologías, pero al mismo tiempo eso genera más y más basura, tanto en el espacio exterior como hasta en el fondo de los mares. Esto, ciertamente, no es progreso sustentable. Y tampoco lo que iluminó el camino a los primeros exploradores más allá de nuestro planeta.
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