Paysandú, Sábado 10 de Marzo de 2012
Opinion | 03 Mar Recientemente dábamos cuenta en EL TELEGRAFO sobre los resultados del último relevamiento realizado casa por casa en zona céntrica de la ciudad, el que arroja que la mitad de las muestras de larvas de mosquitos obtenidas corresponde al tipo Aedes Aegypti, es decir el vector transmisor del dengue, y sin el cual no es posible la transmisión de esta enfermedad.
Lamentablemente, los resultados del trabajo desarrollado en febrero por una cooperativa contratada a estos efectos por el Ministerio de Salud Pública indican que en una amplia zona –la primera relevada este año-- de la capital sanducera se encuentran larvas de mosquitos en uno de cada cinco hogares, y que de éstos la mitad son del Aedes Aegypti, por lo que estamos ante una verdadera explosión en cuando a la población de este insecto. Lo que es aún peor, este crecimiento responde a responsabilidades que no se han asumido por buena parte de la población.
Como es sabido, el éxito del combate del insecto radica prácticamente en forma exclusiva en no darle posibilidades de reproducción, lo que se logra mediante el simple expediente de no dejar a la intemperie recipientes donde se junte agua de lluvia, incluyendo tapitas y otros pequeños elementos que puedan hacer las veces de recipiente donde se desarrolla la larva del insecto.
El Aedes Aegypti requiere de recipientes de paredes rígidas y aguas relativamente limpias, que es lo que precisamente provee la lluvia. Durante enero, que fue seco y caluroso, no hubo condiciones apropiadas para que se reprodujera el mosquito, pero bastó un febrero lluvioso para que los recipientes que se dejaron expuestos, hicieran de perfecto hábitat para el Aedes Aegypti, y tengamos hoy una superpoblación cuyo combate es por demás problemática.
La fumigación solo tiene efecto en el mosquito en vuelo, pero no combate las larvas y no tiene efecto residual, y por lo tanto la mejor respuesta posible es la “descacharrización”, mucho más que los insecticidas y otros métodos que se intenten.
Estos hechos indican que todavía no se ha generado la cuota de conciencia que se requiere para prevenir eventuales epidemias de dengue, cuando cuesta muy poco esfuerzo y puede lograrse una barrera prácticamente impenetrable para el mosquito con muy poca cosa, con apenas algo de sentido común.
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