Paysandú, Miércoles 14 de Marzo de 2012
Locales | 11 Mar De padres e hijos, familias que se desintegran
“Cuando los padres se habitúan a que sus hijos operen a su antojo, cuando los hijos no tienen en cuenta las opiniones de sus padres, cuando los maestros tiemblan ante sus alumnos y prefieren halagarlos, cuando finalmente los jóvenes menosprecian las leyes porque no reconocen la autoridad de nadie… estamos en el comienzo de la tiranía”.
Aunque de una actualidad impresionante, esta frase no ha sido pronunciada ni escrita por alguna personalidad contemporánea. Su autor es Platón y el filósofo griego la concibió hace más de 2.550 años. Hoy sólo quedan ruinas y “lagartijas” del inmenso imperio griego; se cae estrepitosamente su economía por los desbordes de la corrupción y no sólo han dejado de gravitar los filósofos sino que los ancianos, marginados de una sociedad en crisis, no saben cómo ni a quienes transmitir (ni siquiera a sus seres queridos) las experiencias recogidas a lo largo de su prolongada existencia. Aquel día parece haber llegado y lo estamos soportando. Impotentes, acaso resignados y si creemos estar viviendo la única existencia que tenemos, apenas estamos subsistiendo entre esporádicos disfrutes que puede aportarnos lo material. La familia (cimiento y puntal de cualquier sociedad que la civilización fue alejando de lo tribial) se está cayendo a pedazos, con padres incapaces de poner orden y respeto e hijos displicentes, irrespetuosos y soberbios en su mediocridad. Sólo piensan en su egoísta transitar por lo que ellos confunden con vivir, completamente indefensos ante los riesgos de la droga y los desbordes del sexo, al que cada vez asoman y practican siendo niños todavía. Con las primeras horas de la noche, muchos (demasiados) conduciendo su moto o enancados en ajena (haciendo piruetas de velocidad suicida o ensordeciendo a medio pueblo con sus odiosos “escapes”) sin decir cuál es su destino se alejan de sus padres que, de vuelta al hogar, retornando de sus trabajos, pretenden recomponer el grupo familiar en la improvisada cena o con la sobremesa que termina frente al televisor en un ambiente de preocupante mutismo.
A ellos se les suma únicamente la figura del abuelo (aquel que para algunos sólo les resultó útil cuando cuidaba de los niños, acompañándolos a la escuela y hasta ayudándolos en sus deberes domiciliarios) pero que ahora aparece cada vez más marginado del afecto o las atenciones de los suyos y hasta acaso molestando por su sobrecarga de dolencias propias de la edad. Aquellos hijos que salieron de sus casas sin decir hasta luego, sin cenar otra cosa que el fruto de un manotón a la panera o algún resto que encontraron en la heladera, retornarán a muy avanzadas horas de la madrugada, dueños y señores de las llaves de acceso, para luego dormir hasta avanzado el mediodía. Y no son todos. Porque ahora está de moda también quedarse en otra casa así se trate de la del novio o compañera. La familia vuelve a desencontrarse en la mañana cuando los padres salen para sus trabajos y sólo queda presente en el hogar, con sus menguadas fuerzas (si es que con suerte todavía las mantiene) el propio abuelo, para atender el llamado del timbre, el teléfono, la recepción de facturas y acaso alguna provisión, con poca plata pero con mucho temor por estar casi indefenso frente a la inseguridad reinante. Apenas despiertos los nietos aparece la requisitoria de dinero que, como si fuese un chicle respaldado por su paupérrima jubilación, el anciano aprendió a estirar con amorosa entrega para que el nieto adquiriese su bebida cola, el alfajor o el paquetito de papas fritas, con monedas extras que les alcancen hasta la “segunda manga” que se produce al atardecer con el nuevo retorno de los padres a casa.
Los jefes de familia en primera instancia, pero también los maestros (asumiendo lo suyo que es trascendente en la formación de la niñez y la juventud) deberían imponerse en determinadas circunstancias aunque más no sea un modesto examen de conciencia para ver si han cumplido su misión. ¿Han sabido realmente salvaguardar su autoridad, sin perder el amor y la confianza de sus hijos o de sus alumnos? ¿No tienen nada que reprocharse? Los padres y maestros de alguna forma (sino toda) son responsables porque no han sido capaces de inculcar a los niños el verdadero sentido moral, sin el cual nada puede mantenerse en sociedad. Los maestros y profesores son con frecuencia demasiado conservadores y en ciertos casos, alegando derechos o reivindicaciones, adoptan ante aquellos --como el peor ejemplo-- posturas de intolerancia corporativista de muy fácil aprendizaje y puesta en práctica por niños y adolescentes. No obstante varios de esos “educadores”, invisibles adalides de la reacción, se confiesan impotentes y hasta con miedo a ciertas agresiones por parte de sus alumnos. ¿No se les ocurre que algunas de sus posturas, en ciertos casos parecidas a las de los “barras bravas” del fútbol, cuando se dirigen, con razón o sin ella, a las propias autoridades de gobierno, terminan por ser imitadas por sus educandos que les pierden el respeto y sin él nada es posible en materia de instrucción y convivencia? Si hay quienes deben transmitir educación y modales a costa de cualquier sacrificio esos deben ser maestros y profesores para que sus desubicados gestos no fabriquen torpes rebeldías.
Frecuentemente los padres tampoco saben evitar que sus hijos resulten rebeldes aunque los hay quienes saben perfectamente lo que deben hacer para ser obedecidos sin transmitir temor. Pero los demás (y parecen ser mayoría) resultan ser demasiado indulgentes o no saben dosificar el comportamiento cuando quieren ser estrictos sin resultar autoritarios.
No es posible y menos conveniente ser severos un día, complacientes en otro y en ocasiones indiferentes. La autoridad paterna se va así resintiendo hasta que pierde predominio.
Aunque a esta altura la tarea no es fácil los padres de familia deben ser capaces --el intento vale cualquier sacrificio-- de entablar o renovar con insistencia un diálogo permanente con sus hijos, especialmente con los que ya han alcanzado el uso de razón. Una buena y oportuna conversación puede descubrir temores, desconciertos, incertidumbres, disipar infinidad de equívocos que es muy posible que terminen en un fraternal entendimiento. Es que el padre no tiene por qué aceptar o rechazar incondicionalmente los pareceres del hijo y éste no debe creer de antemano --alegando que lo suyo es de onda generacional-- que su progenitor no está, por juzgarlo fuera de época, capacitado para comprenderlo; porque cualquiera sean las expresiones del modernismo, la moral, el respeto y el orden seguirán privando sobre el andar de los tiempos. Claro que aquellos vaticinios de Platón hoy son causa del desorden en muchas latitudes, sino en todas, pero a nosotros nos preocupa el lugar en que vivimos, el Paysandú que queremos, la familia que extrañamos y que, quiérase o no, resentida y lastimada por los desencuentros entre quienes la integran, contribuyen al desentendimiento social. A muy pocos les interesa lo de otros, lo comunitario, el afán de conjugar esfuerzos para sacar a nuestro departamento de su estado de manifiesta postración; campo propicio para que los resentimientos, los celos y fundamentalmente la envidia (que han enfermado a nuestra dirigencia y buena parte de la población) estén frenando las ganas que todavía tienen algunos pocos inversores y otros tantos convecinos, sin bienes materiales, para ensayar una recuperación que nos devuelva el orgullo sanducero de ser lo que fuimos en el concierto nacional, con fuentes de labor a pleno, chimeneas humeantes, calor de amigos y sonrisas de esperanzas. Simplemente dejar de ser tan necios como para no darnos cuenta que tenemos una sola existencia y cada vez nos van quedando menos años por vivir. Rubens Walter Francolino
Sí, quiero una educación pública que aporte a la libertad de mis hijos. Estoy harta que sigan discurseando que los valores y que los límites se ponen en la casa como si fuera el problema de las escuelas. Sí, en verdad es un problema, pero muchos padres ya los sabemos y aplicamos límites. Es más, existen a mi modo de ver otros problemas más graves que hacen a la educación pública: discutir qué educación queremos para nuestros hijos. Hoy los padres no tenemos alternativas educativas que apuesten al desarrollo intelectual libertario (ni público ni privado) pero ese es otro cantar y motivo de batalla. Porque repito que para algunos padres, los que ponemos límites, ese es el problema.
Lo que hoy me indigna y motiva este enojo es un hecho simple, no ajeno a lo anterior, pero que la “estructura” de Educación Primaria con su modismo de acción tan “estatal” es incapaz de ver como lo vería un niño... ¿paradójico no? ¿Quién no recuerda haber ido en la bici rápido a ver las listas de la escuela, con qué compañeros me tocará, en la mañana o en la tarde? ¡¡Qué ansias!! Así de simple, pero algo importante para un niño, conocer las listas, con que compañeros estará con quienes jugará y aprenderá.
Pues es eso lo que me enoja, que dos días antes de empezar las clases pongan las listas en la Escuela 94. Mil excusas tendrán desde las más banales hasta las más complejas pero... incapaces de mirar con ojos de niños.
Lamento profundamente no poder dar mi nombre, no pondré a mis hijos de rehenes de mis palabras pero seguro pelearé por su educación.Una madre enojada.
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