Paysandú, Domingo 25 de Marzo de 2012
Opinion | 18 Mar De acuerdo a la información publicada el pasado viernes en nuestras páginas, donde se presentan datos de un estudio sobre la situación del tránsito realizado entre 2010 y 2011 por Movilidad Urbana de la Intendencia de Paysandú, a fines del último año el 67% de los motociclistas circulaba sin el casco reglamentario, mientras que en 2010 constataron infracciones de este tipo sólo en el 22% de los casos. Visto de esta manera, existe un retroceso en el cumplimiento de la norma. Sin embargo el estudio aclara que en 2010, las mediciones fueron realizadas el jueves 23, viernes 24 y miércoles 29 de noviembre de 8.30 a 9.30 horas en la zona céntrica, mientras que en 2011 los conteos fueron hechos el sábado 22, y los domingos 23 y 30 de enero en la zona de la costanera. Son por lo tanto estudios de situaciones diferentes que jamás podrían relacionarse, lo que en la jerga popular sería “comparar peras con tomates”. Si de algo sirve es para inferir que la gente que circula temprano en la mañana los días de semana tiende a ser más respetuosa de las normas que quienes están de paseo por la zona de la playa, en una tarde de fin de semana de verano, algo que todos sabemos de antemano.
A falta de referencias válidas, nos animamos a asegurar que al menos desde nuestra percepción, existe un gran cambio en el comportamiento de los conductores en el tránsito en los últimos tiempos, desde que los controles comenzaron a hacerse rigurosamente, en cualquier punto de la ciudad y a toda hora. Es así que aún sin contar con datos cuantitativos podemos asegurar que al menos ahora muchos motociclistas usan casco aún los fines de semana de madrugada, cuando antes eso era impensable. Este extremo se verifica al recordar un relevamiento realizado por EL TELEGRAFO en 2008 donde sólo un 6% --si, 6 de cada 100-- de los motociclistas que pasaban por una determinada esquina de la plaza Artigas en el entorno de las 2 de la madrugada portaba el elemento de seguridad, mientras que actualmente ya no es tan raro ver jóvenes –que son la mayoría de los que andan a esas horas—usándolo.
Las razones para tales cambios, aunque dolorosas, son obvias: nunca se sabe dónde habrá un control municipal, ni a qué hora, y las faltas son castigadas con duras multas y hasta retención del vehículo en caso de irregularidades graves. Lo que es seguro es que en algún momento cualquiera terminará encontrándose con uno de estos controles, porque a diferencia de otros tiempos son más impredecibles, están hasta más tarde en la madrugada, a veces en lugares insospechados y se han mantenido en el tiempo. Se los puede ver de improviso al doblar una esquina en una avenida principal, calle secundaria o hasta en las horas pico en zonas “calientes”, donde siempre hubo reticencia a actuar por parte de las autoridades. Pero no solo se ven más cascos o mayor uso del cinturón de seguridad y luces durante el día, sino que también se percibe algo más de orden en el tránsito, la calle está “un poco” más silenciosa por menor cantidad de escapes libres y algunas imprudencias menos también se aprecia. Todo lo cual se logró, a fuer de sinceros, a pura “mano dura”. Por lo tanto no es de extrañar que muchos prefieran creer que toda esta campaña ha sido un fracaso, molestos por haberle tocado pasar un mal momento, aunque la responsabilidad de tal situación siempre debe atribuirse al infractor, porque nadie es amonestado porque sí sino por estar en falta. Es lógico que el contrabandista se justifique en que lo suyo es un trabajo legítimo, el ladrón argumente que lo hace para comer, y el infractor se sienta perseguido porque sólo a él lo sancionan y que su vehículo “lo necesita para trabajar”. Pero en todos los casos se están violando leyes, en el último de los casos la Ley de Tránsito. Al ladrón le gustaría que no existiera la Policía, al contrabandista que desaparecieran las aduanas y al infractor de tránsito, que las políticas aplicadas fracasen para que todo siga como estaba, donde las calles eran “tierra liberada” para acelerar, picar, circular sin escapes, a contramano, sin luces, no pagar patente –así se evitan pagar multas--, no tener seguro, poner en riesgo la vida propia y la de ajenos y no hacerse responsable de nada, con total impunidad.
Y no es que ahora todo esté bien. Por el contrario, apenas se notan cambios positivos. Falta avanzar mucho, en educación, difusión y concientización de la población, pero principalmente hay que seguir controlando, siendo inflexibles porque todo lo demás ya se probó, y el que está en falta sabe de su condición.
De hecho en los últimos meses pareciera que ya no se ven tantos inspectores en la calle. Quizás se deba a alguna presión por sobre la Dirección municipal, tras los lamentables hechos por todos conocidos en que algunos malos funcionarios fueron descubiertos robando partes de motos detenidas. Eso sería un grave error, porque como lo muestra la “historia reciente”, tal debilidad puede tirar por tierra todo lo alcanzado, y en definitiva los responsables de tales hechos respondieron ante la Justicia como cualquier otro ciudadano que comete un delito.
Entonces, las cosas van por buen camino. El éxito –aunque siempre relativo—de las políticas de Tránsito podría alcanzarse siguiendo las líneas trazadas. Para fracasar, solo hace falta hacer lo que se hizo siempre para no pagar el costo político: la vista gorda.
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