Paysandú, Martes 10 de Abril de 2012
Opinion | 07 Abr Entre las amenazas que se ciernen sobre la Humanidad cada vez con mayor evidencia de dificultades de reversión o siquiera atenuación, sin dudas que el cambio climático, el uso irracional de los recursos naturales y su consecuente posibilidad de agotamiento en el mediano y largo plazo, son las que han sido identificadas como las de mayor incidencia en el futuro, y es notorio que los países o regiones que cuentan con mayor reserva de recursos naturales se encontrarán mejor perfilados no solo para atender las necesidades de sus ciudadanos, sino también para abastecer a poblaciones que tienen difícil acceso a estas necesidades primarias con sus propios medios.
En grandes números, el cinco por ciento de la población mundial consume la mayor parte de la producción energética del globo, de la misma forma que en lo que refiere a la alimentación y bienes y servicios. Esta mayor disponibilidad y acceso no es gratis, desde que a efectos de promover una mayor calidad de vida se están sobreutilizando recursos naturales en desmedro de otros grupos de población que no acceden de la misma forma a estos recursos.
El crecimiento de la población mundial pone a prueba la capacidad del ser humano para adaptarse a este desfasaje entre oferta y demanda de recursos, pese a que las nuevas tecnologías permiten un uso más eficiente y hacen rentable la extracción y explotación de energéticos y materia prima que hasta no hace mucho era descartada por resultar antieconómica.
En el caso de América Latina, todo indica que el gran desafío que enfrentará su agricultura es prepararse para poder atender el gran aumento de demanda, que alcanzará en 2050 el doble de lo que se produce actualmente, de 2,8 billones de toneladas de alimentos, según proyecciones del brasileño Antonio Carlos Guimaraens, titular de la junta directiva de Croplife Latin America, presentadas en el reciente foro internacional “Perspectivas de la Agricultura del Cono Sur visión 2030”.
De estos números se desprende que el sector agropecuario deberá crecer en solo cuatro décadas lo que le llevó a la humanidad miles de años, y más allá del mayor o menor desarrollo que se logre, evidentemente América Latina como gran reservorio de recursos naturales tiene como destino ser el mayor productor de alimentos primarios del mundo.
Lo que es bueno y es malo al mismo tiempo, si no se hacen las cosas bien en la región, por cuanto deben administrarse recursos naturales con criterio, al amparo de precios redituables, pero a la vez teniendo en cuenta que reducirse a un mero abastecedor de granos y carne sin agregar valor a estas y otras producciones es acotar el papel a cumplir, como así también la proyección de crecimiento con desarrollo.
Guimaraens consideró que América Latina será la región donde más crecerá la agricultura y que además lo hará más rápido que en otras zonas, al punto que hace una década la producción agrícola de América Latina representaba el 14 por ciento de la producción mundial y hoy, según la FAO, ya representa casi la quinta parte.
Según las previsiones de este organismo, América Latina representará el 23 por ciento de la producción agrícola mundial en 2020. En lo que refiere a Uruguay, nuestro país exporta el 95 por ciento del arroz que produce, el 75 por ciento de la carne, el 70 por ciento de la leche y el 70 por ciento del trigo, cuando en este último caso hasta no hace muchos años el país apenas se autoabastecía y hubo ocasiones en que debió importarse trigo para completar el consumo interno.
Por supuesto, el gran desafío, además de necesidades logísticas, radica en una mejora de la productividad, en la incorporación de tecnología, como es el caso de la extensión de los sistemas de riego, y la incorporación de procesos de valor agregado, para no conformarnos con el papel de abastecedores de alimentos.
Por lo tanto se requerirán inversiones en biotecnología, en logística, en infraestructura de apoyo pero también se deberían adoptar políticas de sustentabilidad de suelos y ecosistemas, a la par que mejorar la productividad, para encarar el gran desafío de producir sin depredar, con criterio y apuntando a la vez a tejer condiciones para captar inversiones en otras áreas que resultarán fundamentales para el desarrollo y la modernización.
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