Paysandú, Domingo 15 de Abril de 2012
Opinion | 11 Abr Todavía tiene en vilo a los sanduceros el horrendo caso de la jovencita Daiana Martínez, víctima de la insanía de incalificables sujetos enquistados en un pueblo pequeño, y que dan la pauta del mundo en que vivimos, donde es posible que vecinos de años puedan esconder la personalidad de un asesino capaz de salir a luz en el momento menos pensado.
No debemos engañarnos en pensar que asesinatos de este perfil se dan solo en estos tiempos, porque los ha habido desde épocas inmemoriales, por supuesto, pero sí surge claramente que hay una constante en juego, que es la sistemática caída de valores en la familia y en la sociedad, los que son muy distintos a los de hace unas décadas, y que esta distorsión de valores adquiere cada vez mayor incidencia en la crueldad y desconsideración hacia el prójimo que encierran estos como otros actos delictivos.
La sensación de horror, de impotencia por esta vida tronchada a temprana edad de una forma tan cruel e injusta, se ha traducido también en un legítimo reclamo de justicia –es una forma de decir, porque no hay forma de justicia que pueda reparar el drama de la pérdida de una vida humana-- por amplios sectores de la sociedad que consideran que vale la búsqueda de la justicia por mano propia y la aplicación de la Ley del Talión, del ojo por ojo y diente por diente, como hemos escuchado en más de un conciudadano.
Debemos inscribir esta respuesta como una consecuencia directa de la conmoción, del shock que significa sobre todo en un poblado pequeño el haber conocido a la víctima y también a los victimarios, su frialdad y en gran medida también el cinismo de participar en operativos de búsqueda con los consternados vecinos, entre otras connotaciones del triste caso, pero además como una expresión de determinados valores que existen en la sociedad contemporánea, seguramente.
Este es un aspecto a tener en cuenta para contextualizar los hechos que se han dado en las horas siguientes, con pintadas en las viviendas de los asesinos y el posterior incendio y destrucción de mobiliario que quedaba, sin olvidar que una de las familias debió mudarse apresuradamente ante el temor de otras represalias por la población de la localidad.
Es notorio además que la hermana de uno de los asesinos, naturalmente ajena por completo al caso, fue “escrachada” en la red social Facebook, y se ha convertido así en una víctima al fin de cuentas, del “asesinato social” que surge de la expresión de quienes seguramente con poco conocimiento de causa pero movidos por la pasión que despiertan los hechos no vacilan en “linchar” socialmente a quienes también han pasado a ser víctimas de esta insanía.
Este caso que se ha dado en nuestro departamento, además, se inscribe en hechos que se dan cada vez con mayor frecuencia en nuestro país, en los que el común denominador es la reacción de vecinos, cuando son víctimas de robos y rapiñas, las más de las veces por menores, y que están respondiendo con armas de fuego a las agresiones, porque consideran no solo que es una forma de defenderse, sino que es un acto de justicia cuando encuentra que quien debe darles protección, que es el Estado a través de la Policía y la Justicia, no lo está haciendo debidamente y en la gran mayoría de los casos los agresores resultan impunes o con penas mínimas.
Según operadores judiciales y policiales, precisamente, la falta de policías en las calles, las penas leves a menores “infractores” que no satisfacen a las víctimas –un adolescente homicida de dos personas y dos violadores de Salto recibieron 90 días de internación-- y el malestar de la población frente a determinados hechos delictivos, son motivo de reacciones espontáneas y violentas.
“La Justicia por mano propia es un fenómeno al que hoy asistimos en nuestra sociedad, que es cada vez más violenta y más insegura. Esta situación de violencia provoca reacciones que también son delictivas”, reflexionó en declaraciones a El País el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Daniel Gutiérrez.
Y como bien señala el magistrado, estas reacciones implican en sí un descreimiento en las instituciones, en la propia eficacia del sistema judicial, porque al fin de cuentas va ganando cada vez más terreno en la población el convencimiento de que nada se puede esperar de la Justicia, que en el mejor de los casos es lenta y en extremo benigna con los delincuentes, y ni qué decir en el caso de los menores, que entran por una puerta y salen por otra de los lugares de “internación”.
Es que más allá de la distorsión en valores de muchos de nuestros conciudadanos, de la pérdida de los valores en la convivencia, la falta de respuestas atinadas y a tono del sistema con asesinos y delincuentes consuetudinarios, es caldo de cultivo para esta búsqueda de justicia por mano propia, con todo el peligro que ello entraña, ante la imposibilidad de prever la medida de la acción de una turba integrada por personas indignadas.
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