Paysandú, Domingo 22 de Abril de 2012
Opinion | 17 Abr Una vez más, un control de tránsito rutinario terminó con violencia en un lugar donde los jóvenes –y no tanto— consideran como suyo, en la zona de la costanera entre la plaza Artigas y más allá del Obelisco. El real desarrollo de los hechos sólo es conocido por las partes involucradas, cada una dueña de una parte de la verdad, y por lo tanto, de las culpas.
Por lo pronto, es cierto que en Paysandú hay una fuerte resistencia a los controles de Tránsito, así como a respetar las normas y en especial contra el casco, cuyo uso por los motociclistas es obligatorio por ley 18.191 aprobada en 2007 durante la anterior administración de gobierno. Tanto es así que durante mucho tiempo la Intendencia evitó fiscalizar su uso en horas de la noche, en especial donde hubiese altas concentraciones de jóvenes, tras el intento de establecer algún tipo de control que terminó en pedreas contra los inspectores municipales en la plaza Artigas. Por aquél entonces, la situación era bastante peor que la que se presenta actualmente, con buena parte de las motos –aún las más nuevas-- sin siquiera chapa de matrícula, aceleradas a toda hora y en cualquier lugar, escapes libres, cero uso del casco y motociclistas que se burlaban en la cara de los propios inspectores. Ante este desquicio, la administración Pintos optó por un camino más fácil, ejerciendo la fiscalización sólo durante el día y en especial en la zona céntrica. Se aplicaron miles de multas y retiraron de circulación cientos de motos, pero aún así faltaba enfrentar el núcleo duro, ese que se encuentra entre las 23 y las 6 de la mañana en la plaza Artigas y la costanera los viernes, sábados y domingos.
Esa difícil tarea quedó para este gobierno municipal, que según prometió el propio Bertil Bentos durante su campaña política, “en 20 días arreglamos el tránsito en Paysandú”. Llevó mucho más que eso seleccionar y preparar nuevos inspectores, para recién después de un buen tiempo marcar verdadera presencia en las calles. La política de “mano dura” y “tolerancia cero” comenzó a dar resultados, y como era de esperarse, también surgió una fuerte oposición que apuesta al “cuanto peor, mejor”. Así, lo sucedido el domingo era completamente predecible en cuanto a lo hecho por el “público” que comenzó increpando a los inspectores en busca de la reacción de éstos, hasta lograr su propósito. Lo triste es que nunca debió llegarse a estos extremos de haber primado el sentido común. Las garantías no estaban dadas y quienes debieron actuar eran los uniformados policiales, jamás un municipal que de hecho, no es más que un civil. Después hubiesen correspondido los reclamos a la autoridad si es que la Policía no actuó de acuerdo a las circunstancias.
De todas formas, lo sucedido ya es anécdota. Lo peor es lo que muestran los hechos: una ciudad donde el patoterismo termina ganando a la autoridad. Está bien que muchos ciudadanos no estén de acuerdo con las normas, pero eso no les da derecho a insultar, provocar, apedrear y atacar a quienes tienen la obligación de hacerlas cumplir. Eso ya deja de ser una simple “falta”. Quien está en infracción sabe que lo está; sin embargo, es común que al ser detenido se sienta “ofendido” y “atacado” por el funcionario que lo multa, que por supuesto siempre lo “destrata” con sus “malos modales”. Este fenómeno sin embargo es normal en ciudades donde no hay costumbre de controles. De igual forma sucedió hasta hace unos años en Salto, pero fue resuelto durante la administración del frenteamplista Ramón Fonticiella. La solución no fue otra que solicitar al Ministerio del Interior la presencia grupos de choque ATA en los operativos nocturnos. De igual forma sucede en Montevideo, donde la acción de los municipales está respaldada por numerosos uniformados policiales, garantizando que cualquier desacato de un infractor le signifique mucho más que una multa.
En Paysandú la Dirección de Tránsito podría entonces solicitar al grupo GEO (similar a los ATA de Salto) un apoyo de este tipo. Durante el procedimiento actuarían como efecto disuasorio tanto ante el infractor propenso a desacatarse como frente a las multitudes que solo están buscando cualquier desborde para echar más leña al fuego.
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