Paysandú, Lunes 23 de Abril de 2012
Locales | 16 Abr Un centenar de personas, entre descendientes de los pueblos originarios e integrantes de asociaciones nativistas fundamentalmente, se reunieron --como desde hace nueve años-- en el mausoleo indio en Salsipuedes, en los alrededores de Tiatucurá, para tributar homenaje a la etnia charrúa, donde el 11 de abril de 1831 un número no determinado de hombres, mujeres y niños charrúas fueron asesinados por tropas gubernamentales al mando de Bernabé Rivera.
“¿Quiénes fueron los vencedores de Salsipuedes?”, se preguntó el historiador Gonzalo Abella. ¿“Estamos honrando acá la victoria del verdugo o la victoria espiritual extraordinaria de quienes creyeron que habían sido vencidos?”.
“¡Qué paradójico! Honraron la vida dando su vida”, expresó por su parte Mónica Michelena, del Consejo de la Nación Charrúa (Conacha). En tanto, Blanca Rodríguez aseguró que “se desconocen crímenes de lesa humanidad, ¿nosotros para cuándo? Ni siquiera somos visibles, a tanto llega la discriminación. Cuesta tanto reconocer nuestra existencia y mucho más el error del genocidio y el etnocidio”.
“Si en este momento nos ponemos a mirar unos a otros veremos que está la realidad indígena, la criolla, la inmigrante. Es la realidad del Uruguay democrático, que es el que queremos todos”, destacó a su turno María Julia Burgueño, coordinadora de Museos.
Hubo otros oradores también y entre ellos se escuchó el pedido de que se cambie el nombre al departamento de Rivera, por considerarse una afrenta al pueblo charrúa; y que Uruguay reconozca el convenio 169 de la Unesco, referido a pueblos indígenas y tribales.
A MEDIA MAÑANA, EN
EL MEDIO DEL CAMPO
A media mañana comenzó el acto, sin protocolo alguno. Los descendientes de pueblos originarios se formaron en semicírculo y junto a ellos Abella, Burgueño, Marta Nikitchuck, subencargada general de Despacho del Departamento de Descentralización, Leo Moreira, director de Interior y Christopher Salivvonczyk, coordinador de Presupuesto Participativo.
El monumento de Salsipuedes, “mausoleo charrúa” según Abella, fue aceptado por la naturaleza “cuando el hermano hornero decidió hacer ahí su nido”, comentó el historiador refiriéndose a un nido en la parte más alta del monumento. No hubo música ni himnos. Solo reflexiones, miradas al pasado y a partir de ese pasado al presente.
La importancia de los pueblos originarios y su legado aún presente, ahora reafirmado por las asociaciones de descendientes fue repetida una y otra vez, en tanto el nombre de Rivera una vez más denostado, como un “asesino”, al decir de “Cacho” Peralta, mientras desafiante levantaba su lanza.
“¿QUIéN CUIDARá A
NUESTRAS NIÑITAS?”
Gonzalo Abella pidió que este fuera el último año que lo contaran como orador, pues se hace necesaria una renovación, y sugirió que fuera a través de un concurso de trabajos de investigación histórica.
Levantando la vista para encontrarse con el paisaje recordó que además de resaltar la omnipresencia charrúa y de conocer las causas del genocidio, “también tenemos que ver el dolor del campo donde la forestación excede todo lo que podría exceder; este campo de la soja que lo mata; este campo de las fumigaciones aéreas sobre escuelas rurales”. Subrayó que todo eso ha hecho que sea “este campo donde ya no se conoce a quien vive al lado”.
“Porque muchos de quienes vienen a trabajar en las forestaciones son excelentes personas pero las de las otras también, y ¿quién va a proteger en el campo a nuestras niñitas de 13 años?”, preguntó, recordando el reciente crimen de Daiana Martínez, en Lorenzo Geyres.
LA RAZóN DEL EXTERMINIO
Expuso también las razones que llevaron al genocidio charrúa. “Salsipuedes no es un comienzo ni un fin en si mismo. La emboscada de Salsipuedes fue el comienzo de algo más grande, que siguió en la estancia del viejo Bonifacio donde se le dio leche y carne y aviso al ejército para que fusilara a las mujeres y niños desde las ventanas; el Paso Bautista; el infiernillo; Mataojo; y las muchachas cautivas rematadas por Rivera para servicios sexuales en Durazno”.
Recordó también a quienes calificó como “los primeros niños desaparecidos en Uruguay”, a los “charrúas pequeños llevados a Montevideo y repartidos entre las familias de la alta sociedad con la obligación que olvidaran su nombre originario y su identidad”.
“¿Esa crueldad fue un genocidio porque se quería limpiar étnicamente? No, era para de-sarmar las comunidades”, dijo Abella antes de explicar que “en la época de la colonia del Virrey se habían repartido grandes latifundios en Uruguay. Cuando llegó la época de Artigas a la gente que tenía grandes campos pero los trabajaba no se los tocó, pero los que no lo hacían perdieron sus campos y estos fueron repartidos en estancias más pequeñas”.
“Pero aquel estado oriental recién nacido desgraciadamente decidió que los títulos que valían eran los de la colonia, no los de Artigas, quien estaba lejos y envejecía en Paraguay. Ante esto, la gente del campo fue a pedir ayuda a la comunidad organizada, a la escolta de Artigas, a quienes fueron el alma del Exodo, los charrúas”.
“Esa es la razón del genocidio”, aseguró: “no había que matar uno por uno a los charrúas, había que deshacerlos como comunidad, eso era lo importante”.
“VENIMOS A RECLAMAR QUE NOS TENGAN EN CUENTA”
Blanca Rodríguez, una de las oradoras, aseguró que “es el urgente tiempo de mostrar verdades para sanar las heridas ancestrales. No para revanchas ni rencores ni violencias. Es para que se asuman las responsabilidades y se construyan desde los derechos que todos tenemos”.
Destacó que “se posterga” en reconocimiento de “lo que ha pasado y las responsabilidades que esto involucra” porque “nos pone cara a cara con una sabiduría muy importante, que se prefiere ignorar”.
“¿Queremos construir el presente de cada uno, social y en armonía, de disciplina y trabajo, con las heridas que todavía no han sanado?”, preguntó. “Venimos a reclamar que se nos tenga en cuenta y se respete nuestra cultura”, concluyó. Tras la oratoria, los jinetes participantes de la cabalgata a Salsipuedes se reunieron detrás del monumento mientras el chasque Juan Isabelino Fernández recibía un mensaje que debió arrojar a un lagunón cercano, bautizado como “La laguna de los recuerdos”. Allí se concentraron todos, para apreciar ese instante, el cierre de un año más en que la etnia charrúa se levantó victoriosa desde Salsipuedes.
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