Paysandú, Domingo 29 de Abril de 2012
Opinion | 23 Abr Pocos días después que el ministro de Salud Pública asegurara en Paysandú que la mano dura en el control del tránsito en el país era la mejor herramienta para solucionar el caos en que en muchos aspectos asola al país, la Intendencia Departamental aprobó lanzar una reforma al sistema para otorgar licencias de conducir, basado en mayores requerimientos y en exámenes más exhaustivos.
En el Uruguay los siniestros de tránsito y la violencia doméstica son dos verdaderas epidemias que cobran víctimas frecuentes con enorme cantidad de casos fatales. No son los únicos problemas relacionados con la violencia, pero sí dos realmente preocupantes.
En el caso del tránsito, lo primero que hay que tener en cuenta es que todos, absolutamente todos, somos responsables del caos en que hemos convertido lo que debería ser muy sencillo: compartir los espacios públicos.
Desde la primera muerte en un accidente de tránsito en Uruguay, el 8 de febrero de 1906 (según “Medicina y tránsito”, de R. Vázquez Pedrouzo), las mismas pasaron de ser una rareza a un titular cotidiano en los medios de prensa.
No obstante, la muerte no acostumbra, sino que sigue trayendo su carga de dolor, lágrimas e impotencia. Porque en realidad, muchas de las muertes en el tránsito fueron evitables tan solo dejando de lado conductas peligrosas y esa mortífera idea de que la vida nos convierte en superhumanos, cuando en verdad, nuestro cuerpo -tan perfecto,tan sorprendente- es más frágil de lo que desearíamos. Como sociedad, en el amanecer de los tiempos, convinimos aceptar determinadas normas que nos permitieran vivir sin sobresaltos. Con el aumento de los vehículos a tracción mecánica se hicieron necesarias normas que permitieran un uso seguro del espacio común.
Todo está establecido y si solamente siguiéramos esas normas, los siniestros de tránsito se reducirían sustancialmente. Pero la situación actual es diametralmente diferente. Es una suerte de revolución contra las ordenanzas. Pero no es una que nos libere; es una que arrebata la vida a cientos de personas cada año y que deja con diferentes grados de invalidez a decenas de miles.
El peor flagelo que afecta al tránsito no es el consumo de alcohol o drogas. Ni el exceso de velocidad. Es la insensatez. Es la lucha por transgredir toda norma, por evadir las responsabilidades que emanan de compartir un espacio páblico como rutas, caminos, calles y veredas. El principal problema del ser humano sigue siendo el propio ser humano. Mientras se insiste en la necesidad de profundizar la educación desde la niñez para lograr ciudadanos responsables, no quedan dudas que la mano dura, la persecución sin descanso de los transgresores y su castigo ejemplar es el principal camino para recuperar la tranquilidad en el tránsito. En eso van cientos de vidas.
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