Paysandú, Viernes 04 de Mayo de 2012
Opinion | 30 Abr Probablemente todo empezó cuando la mano fue hasta el fruto prohibido, lo tomo y Adán y Eva comieron de el. Quizás ese fue el primer acto estúpido del ser humano, en su búsqueda de ser sin necesidad de obedecer. Seguramente Albert Einstein tenia razón cuando aseguro que “hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”.
Como sea, en el obrar estúpido siempre hay un grado de ceguera que impide ver la realidad de manera objetiva y tomar decisiones coherentes. Esa ceguera, que se interpone entre el sujeto que ve y la cosa vista, pueden ser los prejuicios, las supersticiones, los dogmatismos, que distorsionan el pensamiento. Pero esta ceguera también puede ser producida por interferencias emocionales. Y éstas pueden ser provocadas por el consumo de alcohol, estupefacientes u otras sustancias.
Quien comete una estupidez no reacciona de manera coherente. Y cuando ese acto impacta en otros, entonces se llega a lo que el presidente José Mujica calificó con acierto como “estupidez social” en su reciente visita a Guichón.
Decían los antiguos que el hombre no es ni ángel ni bestia, sino ambas cosas a la vez. Mente y cuerpo, lo síquico y lo somático, lo intelectual y lo emocional, lo cognitivo y lo emotivo, razón y pasión. Quien obra con inteligencia es el que es capaz de armonizarlos, quien lo hace con estupidez, lo mezcla todo.
No hay explicaciones que puedan hacer comprender el comportamiento casi suicida de una parte de los jóvenes que ven en emociones fuertes --y muchas veces fatales-- una diversión, una inyección de adrenalina. Excepto por su tendencia a adoptar comportamientos de riesgo y a la presión de sus compañeros. Cientos de jóvenes vidas se pierden anualmente en accidentes de tránsito, en los que los excesos (velocidad, alcohol, drogas) son detonantes. No solamente jóvenes mueren en accidentes de tránsito, pero integran el grupo mayoritario. Lo que Mujica definió como “estupidez social”, con perspicacia, mira a una parte de nuestra juventud --seguramente, como en el caso de los menores infractores--, los menos. Pero no por eso podemos darnos el lujo de continuar perdiéndolos. Y si se trata de “estupidez social”, entonces todos podemos colaborar para transformarla en “inteligencia social”.
No se trata de mirar desde la otra vereda como jóvenes vidas se pierden y simplemente criticar sus actos estúpidos. Se trata, por el contrario, de salvarlas mientras eso es posible. Comenzando por el hogar, siguiendo por los centros de enseñanza y así. Incluyendo a los medios de comunicación que en buena medida glorifican actitudes de riesgo. Si como el presidente afirma, estamos ante una epidemia de “estupidez social”, todos somos vectores para transformarla en actos inteligentes. Las muertes de nuestros jóvenes nos afectan a todos.
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