Paysandú, Martes 15 de Mayo de 2012
Opinion | 14 May Gastón Hernández, de 34 años, le alcanzó una gaseosa al joven que del otro lado del mostrador parecía un cliente y por pago recibió un balazo que le perforó el pulmón y poco después le provocó la muerte. En un local de La Pasiva, en Montevideo, dos jóvenes presumiblemente menores de edad robaron unos 100.000 pesos y asesinaron a sangre fría al trabajador, padre de cinco hijos.
El hecho provocó indignación a lo largo y ancho del país, pero especialmente en Montevideo, donde grupos civiles comenzaron a organizar marchas y protestas, una de ellas para hoy en plaza Independencia.
La inseguridad en el país, pese a que a nivel continental es la menos relevante, es de principal preocupación para todos. Y pocas dudas quedan que una de las principales causas del azote de la delincuencia se debe a la dependencia de muchos a la droga, especialmente la pasta base.
Por tanto, si se quiere poner coto a tanta locura y proteger a los ciudadanos honestos y trabajadores, los que sustentan este país, los que cubren las cuentas públicas y pagan el salario de los propios gobernantes, hay que empezar por combatir seria y profundamente el tráfico y consumo de droga.
Seguir con el discurso de los explicadores de turno sobre las causas y concausas de tal ola delictiva que tiene en jaque a la sociedad ya de nada vale. Hay que terminar con la inacción políticamente correcta, hay que dejar al curandero y confiar en el médico. Hay que aplicar el tratamiento adecuado. No se trata solamente de instrumentar políticas sociales a mediano y largo plazo, aunque bienvenidas sean. Se trata de actuar ahora y aquí para salvar la vida de los hombres y mujeres de bien de este país, la inmensa mayoría.
Quizás lo que hizo el ex presidente Lula en Brasil pueda ser tomado en cuenta y adaptado a nuestro país, aunque el Mundial 2030 está lejos y Lula tomó acción por la cercanía del Mundial 2014. Lula mandó a las fuerzas de seguridad a terminar con la inseguridad en las favelas Alemao y sus circundantes, famosas por sus niveles de crueldad. Y en esos mismos lugares tal acción fue saludada por la mayoría de sus habitantes, gente de bien y trabajo.
En Uruguay no hay favelas pero sí lugares donde los delincuentes se hacen fuertes y donde no solamente no ingresa el transporte público sino en muchas ocasiones ni la Policía. Quizás sea tiempo de considerar acciones de real limpieza, no para asesinar a nadie sino para imponer justicia, y para eliminar esos focos donde los delincuentes son dueños y señores y desde donde planifican sus ataques a la sociedad. Es bueno pensar en servicios sanitarios, educativos y sociales para esos lugares donde hoy reina la delincuencia. Pero para eso, primero hay que destruirlos. El clamor de la sociedad, finalmente, debe ser escuchado.
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