Paysandú, Domingo 20 de Mayo de 2012
Opinion | 16 May Cuando el presidente Mujica se acercó a un grupo de periodistas montevideanos para preguntarle si tenían algún dato sobre el homicidio en La Pasiva, reivindicó sin quererlo, y quizás sin saberlo, al periodismo que investiga y luego informa con tal veracidad que los propios gobernantes, en lugar de primero usar sus canales habituales (en este caso las fuerzas de seguridad) creen en esos hombres y mujeres.
En Uruguay, como en tantas otras partes del mundo, los periodistas --esencialmente trabajadores-- se enfrentan también a una realidad cambiante, no solamente en lo que refiere a la producción de noticias sino especialmente a la relación con el receptor de los mensajes periodísticos, que se ve bombardeado desde diferentes medios --aumentados exponencialmente por Internet-- con trozos de información muchas veces diferentes sobre un mismo hecho noticioso.
Nos invaden informaciones que confunden lo verídico con lo veraz y hasta llega a ser placentera su lectura, aunque resulte de escasa seriedad armarse una idea sobre algo a partir de una premisa falsa, y nocivo para el conocimiento. Casi no existe buscador o empresa de peso en Internet que no posea una sección de noticias en su página frontal, del más variado tenor según el perfil de la página, pero con el común denominador de un bajísimo nivel de exigencia en la calidad informativa. Millones de personas leen sólo esas noticias, que en suma conforman la cantidad de tiempo medio que destinamos por día para la lectura, conformando esa su particular idea de lo que es “estar informados”, constituyendo este un fenómeno novedoso a partir de Internet.
No se trata de cercenar o de poner en duda la libertad de expresión de todos, pero claramente el periodismo -como la medicina, la abogacía, la construcción y la panadería, para citar solo algunos ejemplos- necesitan de una capacitación concreta, de un estudio que capacite para interpretar la realidad hasta donde ella es conocida, así como poder mirar el mundo intentando dejar al desnudo el carozo y no solamente contentándose con la piel. Cuando Mujica se acercó a los periodistas montevideanos reconoció además un atributo que solamente se obtiene con la práctica cotidiana: el olfato periodístico. Todo eso, unido, es lo que completa la labor que permite que el lector, escucha o televidente pueda conocer las noticias que rodean su historia, su vida y hasta los contornos del universo.
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