Opinion | 24 May A pesar de los pasos dados en los últimos años en lo que respecta a la diversificación energética, con la apertura de UTE a la compra de energía generada por privados, lo cierto es que la dependencia de la generación hidráulica continúa siendo determinante. De esa manera, la tranquilidad en cuanto al abastecimiento fluctúa de acuerdo a los ciclos hídricos de los ríos Uruguay y Negro, que alimentan los embalses de las represas.
Una vez más ha quedado al descubierto la fragilidad energética nacional ya que la producción de electricidad a partir de las represas dista mucho de satisfacer la demanda interna.
La producción hidroeléctrica está llegando a niveles mínimos mientras que la disponibilidad de energía para el consumo está basada en la generación térmica y la importación de Brasil y Argentina, a lo que se suma la producción de energías alternativas, como la de UPM y la generada --aunque todavía es muy poca para las necesidades actuales-- por los parques eólicos de UTE y los privados.
En este marco, el gobierno nacional decretó medidas de ahorro para las oficinas públicas y recomendó a las intendencias controlar el gasto. También anunció sanciones de “corte” a quienes no cumplan e insta a instrumentar en los hogares medidas de ahorro, las que serán premiadas con descuentos en la factura.
En definitiva, la situación a la que nos enfrentamos una vez más es la consecuencia de que hemos pasado demasiado tiempo sin contemplar a la energía como política de Estado. Los pasos dados en los últimos años para abrir el paraguas energético han sido bienvenidos y son necesarios aunque, por el momento también insuficientes.
No obstante, alienta pensar que se encaminan hacia el aprovechamiento de las energías alternativas limpias --como la eólica y solar-- y es de esperar que en un futuro no tan lejano logremos reducir sensiblemente la dependencia de la generación hidroeléctrica, que si bien es la más barata, nos pone una y otra vez en aprietos cada vez que hay insuficiencia hídrica.