Paysandú, Miércoles 30 de Mayo de 2012
Locales | 29 May (Por Alfonso Maria Ramos Inthamoussu) Héctor Timmerman, canciller argentino, acaba de informar a Uruguay que planteará a Brasil la conveniencia de subir el arancel externo común del Mercosur. Habría un aumento de impuestos para todo lo que se importa en Uruguay desde Estados Unidos, Europa, Asia y buena parte de América.
Algunos pasan por alto la gravedad de la información pues consideran que un aumento en el precio de las bananas ecuatorianas o de las camionetas chinas sería compensado con creces por los beneficios que obtendríamos con una profundización del Mercosur. Se aspira a una apertura del mercado argentino y del mercado brasileño, asombrados por el glamour del ingreso periodístico del Brasil al grupo de los BRICS, que vincula a enormes países en fuerte crecimiento, donde la “s” responde a Sud África. En realidad el aumento del arancel externo común es grave y es también una pésima decisión impulsar a los exportadores uruguayos a que se jueguen por el mercado brasileño.
Lo que Uruguay importa desde países que no integran el Mercosur es más de la mitad de nuestras compras, de modo que la suba del costo de vida sería una realidad, lo que no solo afectaría el nivel de vida de la población sino que afectaría la competitividad de los exportadores uruguayos.
Igualmente grave es que se encarezcan las maquinarias y equipos que dan a nuestras inversiones alta productividad. Si por el encarecimiento de los equipos alemanes e italianos comenzáramos a importar los bienes de capital desde Brasil habríamos asestado un fuerte golpe a la nueva eficiencia que se percibe en toda la economía nacional, ya que bajaría la calidad de las inversiones y nos alejaríamos de la tecnología de punta.
Y el beneficio que obtendríamos por privilegiar los productos brasileños y argentinos no sólo sería escaso sino que podría ser a mediano plazo un corsé definitivo para el país, para su futuro económico y sus equilibrios geopolíticos.
Si algo hemos aprendido de la historia del país es la necesidad de multiplicar los vínculos comerciales y financieros con potencias y pequeños países de todo el mundo. Si algo hemos aprendido es la conveniencia de que las inversiones que reciba el país provengan de variadas áreas económicas y que nuestras exportaciones tengan destinos diversos.
Si alguno tenía dudas sobre la inestabilidad del mercado argentino los sucesos de pocas semanas atrás con el cierre del ingreso de nuestras exportaciones a la Argentina, se habrá convencido. Y si alguien piensa que es un hecho aislado, que revise las estadísticas de comercio exterior de nuestro país y comprobará que en algunos años de la década del 50 el comercio argentino-uruguayo fue literalmente “cero”.
En cuanto a Brasil todos recordamos que cada tanto tiempo aparecen bacterias en nuestros comestibles, sobre todo en el arroz, y que siempre hay razones para demorar el cruce de frontera de los camiones. Y este no es un fenómeno nuevo. En 1887 el Imperio clausuró sus puertos al tasajo rioplatense aduciendo la existencia de cólera en estos países, mientras los ganados orientales cruzaban con paso tranquilo la frontera rumbo a los saladeros riograndenses.
El diario La Razón, en su editorial del 17 de febrero de ese año, se burlaba de las autoridades brasileñas que temían el “microbio” en el tasajo pero no en el ganado y los troperos que los llevaban a Río Grande. Pero no hace falta ir tan atrás en el tiempo. Los recuerdos del año 1999 están frescos, cuando en enero de ese año en forma inconsulta Brasil devaluó, y las exportaciones uruguayas hacia Brasil se evaporaron. Si los exportadores uruguayos volvieran a concentrarse con exclusividad en el mercado brasileño seríamos más prisioneros que nunca de nuestros vecinos de siempre.
Si llega a concretarse la propuesta argentina y el Gobierno uruguayo accediera, habríamos hecho la peor apuesta estratégica posible.
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