Paysandú, Miércoles 30 de Mayo de 2012
Opinion | 30 May El eje Argentina-Brasil ha dado un nuevo paso en aras de consolidar la hegemonía bilateral en el Mercosur, ajustando las normas a su conveniencia o directamente desconociéndolas, como hace el gobierno de Cristina Fernández a menudo, aunque ello signifique afectar a los demás miembros plenos, Uruguay y Paraguay, que abogan por un intercambio libre de estas distorsiones.
En este contexto, en las últimas horas el Poder Ejecutivo brasileño publicó un decreto por el que aumenta hasta el máximo permitido el Arancel Externo Común (AEC), que es precisamente el que cobran los países del Mercosur en cien productos a los de fuera del bloque.
En la actualidad esos productos pagan tarifas aduaneras de entre el 12 y el 13 por ciento de su valor para ingresar a Brasil y a partir de ahora deberán pagar hasta un 35 por ciento, con el objetivo --establecido en los considerandos del decreto-- de impedir importaciones consideradas predatorias para las industrias de los países del bloque.
La decisión brasileña sigue a los anuncios formulados a mediados de mes por el canciller argentino Héctor Timerman, que había manifestado que el gobierno Kirchner propondría en la próxima cumbre de presidentes del Mercosur, el 28 de junio, llevar el AEC el máximo permitido, pero evidentemente Dilma Rousseff se le adelantó.
Argentina impulsa precisamente desde hace meses medidas restrictivas a las importaciones, tanto de adentro como de afuera del Mercosur, procurando llegar a un superávit comercial que le permita hacer frente a sus problemas de caja, puesto que por estar en default no tiene crédito internacional, y a su vez le está resultando harto difícil financiar los subsidios internos en su economía.
En este bloque moribundo que es el Mercosur, cada medida de este tipo es un paso más en su agonía. Aquella proclama lanzada por el entonces presidente uruguayo Tabaré Vázquez de “más y mejor Mercosur” aparece frente a la realidad como una quimera.
Debemos tener presente que el Arancel Externo Común alto no está en consonancia con la postura histórica uruguaya, pero sí por ejemplo con la de Brasil y en mayor medida de Argentina, que tienen fuertes industrias y que han abogado desde siempre por un bloque que les permitiera colocar sus productos sin enfrentar competencia del exterior, para lo cual necesariamente deben establecer barreras arancelarias altas debido a que sólo así su industria se vuelve competitiva.
Es decir, que al mismo tiempo que reaseguran mejores precios para su producción, a la vez redoblan políticas proteccionistas contra productos de afuera del bloque que compiten en sus propios mercados internos, caso concreto de los procedentes de China, encareciéndolos por la vía del arancel. Pero estos aranceles son funcionales a los dos grandes socios del Mercosur, pero no al Uruguay, porque llevar el arancel al máximo significaría perjudicar a los consumidores uruguayos en la ecuación calidad-precio sin obtener nada a cambio, y a la vez encarecer la materia prima de la que se vale la industria uruguaya para producir.
Si bien Uruguay aún no se pronunció respecto a la propuesta argentina y a esta decisión de las últimas horas de Brasil, el ministro de Industria, Energía y Minería de Uruguay, Roberto Kreimerman, dijo hace pocos días a una periodista de El País, en Australia, que el gobierno considera que estas medidas “no son lo ideal para el Uruguay”, precisamente por el impacto que tiene en las industrias que utilizan insumos importados para su producción.
El secretario de Estado manifestó que “siempre que hay un pedido de un socio hay que analizarlo, pero partimos de la óptica de un país pequeño y abierto, donde los índices del punto de vista productivo dependen de los insumos que traemos del exterior. Nuestra visión va a ser muy cuidadosa”.
Y con un Mercosur originalmente diseñado para establecer un mercado común, que es el grado mayor de integración, y que no ha llegado siquiera a ser una zona de libre comercio, estamos ante un corsé que nos somete a avatares como este exacerbado Arancel Externo Común, terminando por aventar definitivamente cualquier vestigio del optimismo que trajo aparejado la creación del bloque hace dos décadas.
El escenario por lo tanto impone la necesidad de una dosis impostergable de realismo, y por lo tanto hacer los máximos esfuerzos por habilitar acuerdos comerciales con terceros países, de forma de consolidar nuestro comercio exterior como factor ineludible para el crecimiento de nuestra economía y calidad de vida de los uruguayos, ante las frustraciones que siguen sumándose en el acuerdo regional.
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