Paysandú, Domingo 03 de Junio de 2012
Opinion | 28 May El escenario que se está dando en lo que va del tercer milenio confirma amenazas que se ciernen ya desde hace varios años sobre la humanidad y cada vez con menor evidencia de reversión o siquiera atenuación, como es el caso del cambio climático, el uso desmesurado de los recursos naturales y la consecuente perspectiva de su agotamiento en el mediano y largo plazo.
De ello se desprende que los países o regiones que cuentan con mayor reserva de recursos naturales se encontrarán mejor perfilados no solo para atender las necesidades de sus ciudadanos, sino también para abastecer a poblaciones que tienen difícil acceso a estas demandas primarias con sus propios medios.
Claro que en este panorama incipiente del complejo acceso a energía y alimentos no todos los países están en la misma situación, sino que en grandes números, el 5 por ciento de la población mundial consume el mayor porcentaje de la producción energética del globo, así como en lo que refiere a la alimentación y consumo de bienes y servicios. Esta mayor disponibilidad a la vez genera más inequidad, desde que a efectos de promover una mayor calidad de vida se están sobreutilizando recursos naturales en desmedro de otros grupos de población que no están en condiciones de acceder de la misma forma a este consumo.
El crecimiento de la población mundial evidentemente condiciona las posibilidades del ser humano para adaptarse a este desfasaje entre oferta y demanda de recursos, aun teniendo en cuenta que a diferencia de otros tiempos de abundancia en los que había facilidad de acceso a éstos, las nuevas tecnologías permiten un uso más eficiente y hacen rentable la extracción y explotación de energéticos y materia prima que hasta no hace mucho eran descartadas por resultar antieconómicas.
América Latina es evidentemente una región privilegiada en cuanto a disponibilidad de recursos y ventajas naturales para producir, y todo indica que el gran desafío que enfrentará su agricultura es prepararse para poder atender el gran aumento de demanda, que de acuerdo a las proyecciones alcanzará en 2050 el doble de lo que se produce actualmente, que alcanza a los 2,8 billones de toneladas de alimentos, de acuerdo a lo evaluado por el brasileño Antonio Carlos Guimaraes, titular de la junta directiva de Croplife Latin America.
Así, el sector agropecuario deberá aumentar en solo cuatro décadas lo que le llevó a la humanidad miles de años, y evidentemente América Latina en su carácter de gran reservorio de recursos naturales tiene como destino ser posiblemente el mayor productor de productos primarios de alimentación del mundo.
Ello conlleva no solo excelentes perspectivas exportadoras para la región, sino también el desafío de administrar los recursos naturales con criterio, y a la vez evaluar que no solo cuenta el presente favorable, sino que no debe limitarse a mantenerse solo como abastecedor de granos y carne, sino que los países del área deberían promover condiciones para agregar valor a estas y otras producciones, de forma de no solo crecer en base a la venta de materias primas, sino también acompañar el crecimiento con desarrollo.
Las perspectivas que surgen de los análisis formulados en recientes foros internacionales indican que América Latina será la región donde más crecerá la agricultura y que además lo hará más rápido que en otras zonas, al punto que hace una década la producción agrícola de América Latina representaba el 14 por ciento de la producción mundial y hoy, según la FAO, ya representa casi la quinta parte para pasar a ser el 23 por ciento de la producción agrícola mundial en el 2020.
En el contexto de la región, Uruguay encuadra en el perfil de productor de base esencialmente agropecuaria, con gran repunte del sector agrícola en los últimos años, y es así que nuestro país exporta el 95 por ciento del arroz que produce, el 75 por ciento de la carne, el 70 por ciento de la leche y del trigo.
Pero las producciones conllevan mucho más que el tener ventajas naturales para determinados cultivos y explotaciones, sino que se plantean inevitablemente grandes desafíos, empezando por necesidades logísticas y también aspectos como más productividad, incorporación de tecnología y de procesos de valor agregado.
Es decir que lejos de conformarnos con el papel de abastecedores de alimentos, debemos apuntar a tener mejores empleos y calidad de vida, para lo que es preciso poner el acento en inversiones en biotecnología, logística, infraestructura de apoyo y políticas de sustentabilidad de suelos y ecosistemas, de forma de apuntalar la infraestructura productiva y dar el salto de calidad que todavía está pendiente.
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