Paysandú, Miércoles 20 de Junio de 2012
Locales | 17 Jun (Por Horacio R. Brum). Después de más de una semana de calor y cielos azulísimos, llovió a cántaros e hizo frío: una verdadera primavera inglesa. En la procesión náutica por el Támesis, la Reina tuvo que arroparse con una manta blanca que llevó previsoramente, como corresponde a una señora de 86 años, mientras su marido se enfermó de la vejiga a causa del enfriamiento, lo que suele suceder cuando un señor de 91 años se expone a las bajas temperaturas por más tiempo del que le permite su edad. Igualmente, los ingleses festejaron a todo vapor el Jubileo Real, las seis décadas de Isabel II en el trono, en unas celebraciones que, vistas desde afuera, fueron una conmovedora muestra de unidad nacional en torno a una figura que está por encima de las pequeñeces políticas, o una exhibición de nacionalismo monárquico almibarado, propia de un país que no se resigna a ser potencia de tercer orden y todavía tiene nostalgias del imperio que perdió hace largo tiempo.
Para este corresponsal, que durante sus nueve años de vida y trabajo en Gran Bretaña pudo poner en la balanza las grandezas históricas y las miserias presentes de la monarquía como institución y como forma de gobierno, los festejos tuvieron algo de espectáculo turístico, bastante de show puramente inglés (no hubo el mismo fervor en Gales, Irlanda del Norte o Escocia) y mucho de intento por reafirmar una identidad cada día más erosionada por las realidades de la globalización.
Los periodistas de la tradicionalmente objetiva y mesurada BBC, que se envolvió durante algunos días en un manto de monarquismo acrítico, tuvieron algunas dificultades para encontrar en Escocia un barrio donde se bailara y se bebiera en las calles en homenaje a la Reina. Lo que sucedió es que allí, en esas tierras ásperas y bellísimas, pobladas de gentes que nunca han confiado mucho en sus vecinos del sur, los preparativos del Jubileo coincidieron con el lanzamiento de un proyecto para plebiscitar la independencia. Escocia tiene desde hace muchos años un Parlamento propio, y los deseos de mayor autonomía han ido creciendo en forma proporcional a los aires de decadencia económica que llegan desde Londres. Con la economía británica en recesión, es probable que los escoceses se pregunten si vale la pena seguir compartiendo los recursos del petróleo del mar del norte, cuya mayor parte se encuentra en sus aguas, con el resto de los habitantes de la isla, los cuales por inevitable mayoría terminan eligiendo a gobiernos que, desde el sur, imponen planes y recetas no siempre bienvenidas en el norte. En cuanto a la monarquía que encarna la reina Isabel, poco significado tiene en un país cuyos propios monarcas fueron perseguidos y hasta exterminados por los reyes ingleses, en un proceso que culminó con la forzada unión del siglo XVIII.
Más cerca en la historia, la familia real británica estuvo emparentada con otros monarcas perseguidos y exterminados: los zares de Rusia. Los zares están de vuelta en Inglaterra, contribuyendo con su poderío económico a desdibujar más las imágenes tradicionales de “lo inglés”, pero nada tienen de la nobleza trágica de Nicolás y Alejandra, fusilados por los bolcheviques durante la revolución rusa de 1917.
Estos modernos zares son los multimillonarios que han hecho sus fortunas en la marea de corrupción privatizadora que arrasó con las industrias estatales de la antigua Unión Soviética, unos personajes que están desplazando a los más discretos jeques árabes en la compra de todo lo que ven como símbolos de estatus, desde mansiones hasta clubes de fútbol, y trasladando a Gran Bretaña sus prácticas y costumbres en los negocios, que poco tienen de la supuesta honorabilidad británica. Lev Leviev y Arkady Gaydamak son dos representantes de esa nueva nobleza rusa, que están trenzados en los tribunales superiores londinenses en una disputa por diamantes, con 1.000 millones de dólares en juego.
Leviev tiene una mansión que vale 50 millones de dólares en Hampstead, uno de los barrios más elegantes de Londres, para entrar a la cual hay que pasar por una puerta blindada. Gaydamak, su antiguo socio y demandante, asiste al juicio por televisión, desde Tel Aviv, porque tiene la captura recomendada en Europa debido a la evasión de impuestos en Francia.
En el centro del pleito está un trato para la compra y exportación de diamantes desde Angola, que ambos hicieron durante una de las tantas guerras civiles africanas. Gaydamak citó como testigo a su favor al Gran Rabino de Rusia, depositario de una copia del compromiso firmado con Leviev para el negocio; el Gran Rabino se disculpó por no poder viajar a Inglaterra y mandó a decir que no sabía si existía tal copia, porque en su oficina se rompen y tiran muchos papeles…
Con menos ruido que Gaydamak y Leviev, pero amparados por la reticencia de las autoridades británicas a tomar cualquier medida que reste atractivos a Londres como plaza financiera del mundo, una reserva que determina que Gran Bretaña mantenga las distancias con el resto de Europa en los acuerdos para perseguir el lavado de dinero y la evasión tributaria, los magnates rusos realizan grandes inversiones inmobiliarias, hoteleras y en la industria de la construcción. Con la proximidad de las Olimpíadas, los nuevos hoteles están brotando por todas partes en la capital británica y como lo pudo comprobar este cronista en su alojamiento, hay una abundancia inusual de mano de obra de Europa del Este, más barata, sin la fuerte sindicalización de los trabajadores ingleses, y probablemente reclutada e introducida al país por medios no muy legales.
Un paseo por las zonas residenciales elegantes de Londres, como Kensington o Chelsea, permite notar otros cambios y rupturas con las tradiciones. La discreción, la sobriedad y hasta un cierto toque de sencillez en el vestir y el estilo de vida solían ser las características de los poseedores de las antiguas fortunas inglesas.
Tener el último modelo de auto o lucir ropas con los logotipos de los diseñadores de moda se consideraban signos de arribismo y las casas usualmente mostraban algún signo de noble deterioro, con sus ventanas de cortinas siempre abiertas, que dejaban ver nutridas bibliotecas, cuadros clásicos y antigüedades de familia. Ahora, muchas ventanas tienen rejas y cámaras, frente a las casas hay Porsches, Maserattis y otros carísimos y exhibicionistas autos deportivos, o Mercedes Benz de la serie S (los más caros) con vidrios ahumados, de los cuales suben y bajan hombres y mujeres con ropas de todas las marcas famosas italianas, con joyas que relumbran al sol. Los albañiles y el personal de servicio hablan ruso o polaco y se puede caminar varias cuadras sin oír una palabra del “inglés de la Reina”. ¿Hablará ruso Isabel II?
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