Paysandú, Viernes 22 de Junio de 2012
Opinion | 16 Jun Desde el miércoles están reunidos en Rio de Janeiro, Brasil, gobernantes de todo el mundo en la conferencia de las Naciones Unidas ONU Rio+20, apuntando a que se asuman compromisos que permitan “salvar el planeta”, ante amenazas como el agotamiento de los recursos, la superpoblación y la perspectiva de que el calentamiento global vaya empeorando las condiciones de habitabilidad del planeta.
Habrá algunas ausencias notorias entre los mandatarios que asistirán al evento, como es el caso del presidente de la primera economía del mundo, Barack Obama, y la canciller alemana Angela Merkel, tanto por el nivel de la contaminación que es generan estas economías desarrolladas, o el consumo de recursos naturales, como por el hecho de que se necesitarán miles de millones de dólares para encarar acciones preventivas y algunos correctivos en áreas determinadas, que permitiría tener un pronóstico más alentador para nuestro planeta.
La cita Rio+20, que se extenderá durante diez días, será la mayor conferencia de la Organización de las Naciones Unidas jamás realizada, con más de 50.000 participantes entre líderes de gobierno, sociedad civil y el mundo empresarial para buscar un acuerdo que garantice una transición hacia lo que se denomina como una “economía verde” para el planeta, que ayude a preservar sus recursos naturales y además luchar contra la pobreza.
Pero ante la complejidad del tema, ya el hecho de que se tenga unos 50.000 asistentes es indicativo de las dificultades que surgirán para aunar criterios. Igualmente ha aparecido una cifra mágica para la disputa: 30.000 millones de dólares anuales se necesitarían como fondo para instrumentar acciones que supuestamente permitirían atenuar el agotamiento de recursos, una mejor distribución de la riqueza y una consecuente reducción del número de personas que viven en medio de la pobreza, mientras en otras latitudes, fundamentalmente en los países desarrollados, se gasta más de lo necesario para vivir decorosamente, en desmedro de los habitantes de otros puntos del globo menos favorecidos.
Ahora, los miembros del denominado Grupo G-77, comandados en las negociaciones por China, la segunda potencia mundial, quieren que esos 30.000 millones de dólares sean pagos en forma proporcional por las potencias.
A la vez, se considera que ha llegado la hora de que varios países emergentes, en situación mucho mejor que hace unas décadas, también aporten recursos para el mismo objetivo, y entre ellos se cuentan la propia China, India y Brasil. Estas economías han crecido sustancialmente en los últimos años, y por cierto que este fuerte crecimiento no se logra sin determinado grado de depredación de recursos naturales y contaminación que no resulta fácil de medir, pero que seguramente es considerable. Pero una cosa son los acuerdos en las grandes líneas filosóficas y otra cosa aterrizar los planteos y la distribución de los aportes, que es a la vez una forma de asunción de culpas por este escenario que se ha ido degradando en las últimas décadas.
Ello indica que la principal discusión, más allá de la identificación de acciones posibles, radica en los métodos de implementación de los acuerdos que se alcancen.
Por lo pronto, es fácil inferir que la megaconferencia brasileña será por un lado una evaluación del cumplimiento de los compromisos asumidos durante los últimos veinte años, pero sobre todo recién el inicio de las nuevas metas del desarrollo sustentable, desde que otra forma sería asumir una forma de suicidio colectivo a determinado plazo. Además, de acuerdo a la experiencia de otros encuentros signados por el mismo loable objetivo, se tropieza con obstáculos recurrentes de los grandes despilfarradores de recursos, es decir las economías desarrolladas, --en buena medida también varios países emergentes, por supuesto-- que no han asumido compromisos que vayan mucho más allá de determinados aportes y han eludido adoptar medidas respecto al medio ambiente que puedan afectar sus economías o planes de desarrollo en el corto y mediano plazo, aún a costa de la depredación.
Tenemos así todavía en proceso grandes desforestaciones de bosques naturales y concentración de las poblaciones en centros urbanos donde se consume el 80 por ciento de la energía y se produce el 75 por ciento de la emisiones de gases de carbono, solo por mencionar dos elementos sobre los que se tiene amplio conocimiento por el ciudadano común.
Es decir que hay mucho por hacer, mucho por discutir, en un foro excesivamente concurrido, que complica las definiciones y de donde podrán surgir muy buenos enunciados de buenas intenciones, invocaciones y hasta compromisos, pero con razonables dudas de que pueda emerger un pacto “cumplible”.
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