Paysandú, Martes 26 de Junio de 2012
Policiales | 22 Jun Un comercio expendedor de supergas en garrafas y accesorios fue rapiñado ayer a mano armada, a plena luz del día, con decenas de personas en los alrededores. En la zona del Estadio “8 de Junio”, el rapiñero --apoyado por un cómplice-- se hizo con unos 7.000 pesos. La Policía investiga este y otros casos de rapiña con modus operandi similar, considerando que no es habitual en Paysandú, por lo que no se descarta que los delincuentes no residan en la ciudad.
Era esa hora en que uno comienza a preguntarse cuál será el menú del almuerzo, cuando las manecillas del reloj comienzan su descenso en picada desde el cenit de las 12. Un día de gris, buen recibimiento para el invierno, que en la víspera comenzó.
En Bulevar Artigas y Sarandí, la actividad comercial se desarrollaba normalmente. Hay dos expendios de supergas -uno frente al otro- y otras empresas dedicadas a varios otros rubros. En Riogas, sobre la vereda oeste, tres empleados trabajaban según la rutina. Dos de ellos descargaban un camión con garrafas, trasladándolas a otro camión. Un tercero, M., de 36 años --casado, con un hijo-- se aprestaba a realizar un arqueo de caja, como todos los mediodías.
Levantó la vista y vio venir rápidamente a un hombre joven, tez oscura, estatura y complexión mediana. “Apurado el cliente”, pensó. “¿Cuánto sale la garrafa?” preguntó el recién ingresado, sin levantar la voz ni sospechas. “379 pesos”, respondió el empleado. “Bueno, voy a llevar una”, fue la respuesta. Acostumbrado al trabajo y al no ver el envase pensó lo más lógico. “¿Se la envío?”, preguntó, mientras mecánicamente ingresaba al programa de reparto en la computadora. Todo cambió en ese instante. “¡Dame la plata! ¡Dame toda la plata!” dijo el desconocido, sin levantar la voz pero casi con rabia. El empleado no reaccionó, lo que agregó nervios al delincuente, que metió rápidamente la mano en el bolsillo derecho de su campera, de color verde oscuro, y sacó un revólver, cuyo calibre M. no pudo identificar.
“Me apuntaba directamente al estómago. Era todo lo podía ver y pensar. Si me tiraba me daría en el estómago”, dijo horas después --tras brindar declaración en la Dirección de Investigaciones-- cuando fue entrevistado por EL TELEGRAFO.
“¡Dame la plata! ¡Dame la plata ya!” reiteró el delincuente y como vio que un cliente estacionaba para buscar una recarga, agregó: “¡Tirate al piso y dame la plata! ¡Dame la plata!” El empleado se agachó y atinó a señalar con su brazo el lugar donde había dinero. El rapiñero rápidamente lo tomó --eran unos 7.000 pesos--, guardó el revólver en su campera pero no quitó la mano del arma y buscó la puerta. Tropezó con el cliente que venía ingresando y en ese momento M. gritó “¡Me está robando!”, lo que sorprendió al cliente y alertó a sus dos compañeros que tan rápidamente como pudieron salieron tras el rapiñero, que corrió hasta calle Sarandí donde un cómplice lo esperaba en una moto, en la que ambos escaparon.
Al atardecer, la actividad era normal en el comercio. Los clientes llegaban presurosos, recogían las recargas y partían. Nadie sospechaba que horas antes un empleado se había enfrentado al caño mortal de un arma que pudo ser la diferencia entre la vida y la muerte. El empleado, M., de 36 años, sentado en un banco, sin darse cuenta frotaba sus manos con un nerviosismo mezclado con impotencia. Pronto sería noche. En algún lugar, dos malvivientes y quizás algunos de sus amigos, disfrutaban del dinero mal habido; de tragos y comida.
El empleado se aprestaba a regresar a su casa, a su familia. Y no dejaba de pensar: “¡Maldita inseguridad!”
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