Paysandú, Jueves 05 de Julio de 2012
Locales | 29 Jun MOSCU, 28 (Por Enrique Julio Sánchez). Moscú, una ciudad con más de 10 millones de habitantes, con una arquitectura entre renacentista y barroca, sin olvidar lo moderno, abre los brazos a los visitantes, a quienes atrapa con sus miles de años de historia tanto como por el ajetreo de su centro, transitado no solamente por los residentes sino también por los turistas que hacen de la Teverskaya, la principal avenida, uno de los paseos favoritos. En esta primera parte del verano, la luz del día se extiende hasta alrededor de las 11 de la noche, lo que resulta extraño a los visitantes, especialmente a la delegación uruguaya que hace apenas pocas horas ha llegado y aún no se acostumbra a las siete horas de diferencia horaria con el paisito ni puede asimilar todo lo diferente que paso a paso aprecia. Visitar la Plaza Roja no es solamente estar en uno de los sitios con más historia del planeta sino también, en alguna medida, estar en territorio donde moverse es sencillo, pues muchos hablan inglés o español y hay tantos turistas que no es difícil comunicarse con chilenos, venezolanos o hasta uruguayos. Pero otra cosa muy diferente es meterse en el ritmo cotidiano de esta enorme ciudad. Desde buscar una simple botella de agua mineral hasta un café, es ciertamente una tarea titánica. Los 33 caracteres del alfabeto cirílico hacen imposible tratar siquiera de adivinar lo que expresan al tiempo que es muy difícil que un dependiente de cualquier comercio pueda hablar en inglés o español. Algunas palabras sueltas, pero no mucho más, pueden intercambiarse en inglés, por ejemplo. La frustración envuelve al visitante, pero parece que también al residente, en principio amable y dispuesto a tratar de ayudar, pero pronto hosco cuando comprende que todo esfuerzo es vano. Turistas y residentes gesticulan casi con desesperación pero sin poder entenderse, excepto que el producto que el primero busque esté a la vista.
El idioma es sin lugar a duda la gran muralla que se levanta entre los unos y los otros aunque en definitiva, a la corta o a la larga todo es posible. La mejor forma si no se sabe el idioma es, como se puede imaginar, contratar un intérprete. Los hay muchos y tienen trabajo habitualmente. Pero, de todas formas, muchos turistas se largan a las calles de Moscú ayudados solo por su propio interés de conocer y de dejarse atrapar por los placeres de la ciudad y de su gente. En este último caso, la paciencia, la decisión de disfrutar hasta de los inconvenientes y la sonrisa como pintada en los labios son requisitos indispensables. Todo llega, todo se logra, si se tiene eso. Por ejemplo, el grupo uruguayo buscó desde su llegada un supermercado adonde poder comprar algunos comestibles. Caminaron por aquí, caminaron por allá; preguntaron en español, inglés y señas. Pero sin resultado. No obstante, el supermercado está a pocas cuadras de la residencia del embajador de Uruguay. En la propia Teverskaya, oculto entre los caracteres cirílicos. Como sea, los yoruguas siguen adelante, caminando por las calles de Moscú con todos los sentidos encendidos, atrapando cada imagen, cada sonido, cada aroma. El idioma es ciertamente una barrera. Pero Moscú bien vale esa dificultad.
VIAJERITAS
* La mayoría de la delegación, excepto Raúl Rodríguez y Zully García que estaban en otra diligencia, tras caminar y caminar por el centro de Moscú sintieron hambre por lo que después de cabildeos varios decidieron ir a McDonald’s. Por lo menos algo conocido. Luis Oroná fue, pero bajo protesta, porque no come en McDonald’s, y de hecho nada ordenó. Los otros cinco sacaron sus rublos (un dólar, 33 rublos) y se lanzaron al mostrador donde decenas de clientes gritaban sus pedidos en esa lengua que parece alienígena y las cajeras levantaban una banderita de taxi libre para llamar a nuevos clientes. El problema principal fue que los sándwiches no tenía número identificatorio. Así que a dedo levantado se pidió lo que se pudo. La única palabra en la que cajera rusa y escriba uruguayo se entendieron fue “Coca Cola”.
En la Plaza Roja, Raúl Rodríguez y su esposa Zully García se acercaron a Stalin y Lenin (dos hombres vestidos igual y con fisonomía similar a ambos líderes de la revolución rusa) para preguntarles cuánto cobraban por una foto con García. “500 rublos (16 dólares)”, dijeron. “No, demasiado”, contestaron. Pero igualmente, casi como broma, sentaron a García entre ambos y Rodríguez sacó la foto. Luego quisieron cobrar, a lo que los uruguayos se negaron. Hasta que la Policía no llegó, no terminó el incidente.
* En la Dacha se ha “montado” el cuartel general de la delegación, aquí en la residencia del embajador de Uruguay. Se alojan en la Dacha Amanda Gómez, Laura Juan y Martha Oroná. Pero es el lugar donde la delegación se reúne para compartir un mate, estudiar el libreto, compartir ideas sobre la obra de Dostoievsky o cocinar. Es la representación de Paysandú el tierra rusa.
* Zully García hablaba apresuradamente, tratando de contar una experiencia que le había pasado en la avenida Teverskaya. Contaba que tal y que cual, hasta que dijo “Teventraiga”. Una buena ocasión para la risa y diversión.
* Al mediodía del jueves salió pizza. Aprovechando la experiencia de Luis Oroná, se disfrutó de una sabrosa pizza con muzzarella. Giovannina Guariglia se ofreció para cortar la cebolla y el morrón necesario para la salsa pizzera. Y lo hizo con destreza. Luego se sentó en un sillón hamaca, para disfrutar del bienvenido calorcito. Y a todo a quien pasaba por su lado --y hablara español-- le contaba orgullosa que había hecho “su parte”.
* Laura Juan repasa letra de su personaje “Pepa” en la obra “Puertas adentro”, de Florencio Sánchez, que probablemente también se represente en Minsk o Moscú. Por las dudas, Rodríguez la ensaya. Y para descansar, teje crochet. En fin, cada cual, con su cada cual.
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