Locales | 01 Jul Hace exactamente 102 años salía a la calle el primer ejemplar de EL TELEGRAFO, asomando al Paysandú de principios del siglo pasado en una cruzada quijotesca abrazada por los fundadores Ángel L. Carotini y Miguel A. Baccaro, con todas las dificultades de un emprendimiento periodístico en el Interior, pero que en poco tiempo fue reconocido y apoyado por los sanduceros como estandarte del departamento. Eran los tiempos en que el puerto de Paysandú, el mismo que hoy felizmente recibe inversiones y está recuperando y potenciando cargas, era el centro del movimiento de mercaderías en la región, y también operó como soporte para la instalación de las industrias a partir de la década de 1940.
Con pocos medios pero con voluntad férrea, entusiasmo y pluma punzante pero responsable, EL TELEGRAFO se constituyó felizmente no solo en reflejo de las inquietudes de aquel Paysandú, sino también como impulsor y protagonista de las grandes cosas que ha vivido este solar en su fecunda historia.
Ha sido un privilegio y una responsabilidad haber crecido con aquel Paysandú dinámico, pujante, participando en el desarrollo de sus agroindustrias, y contribuyendo al enriquecimiento del acervo cultural, su vida social y generar y hacer realidad proyectos.
Lo decimos con inmodestia, tal vez, pero con mucho orgullo del protagonismo en ese pasado sanducero que nos es tan caro y que ha sido el motor de ese Espíritu de Paysandú que a veces parece dormido pero que renace en uno y mil emprendimientos cuando menos se lo espera.
Felizmente, no nos hemos quedado añorando el pasado, sino que hemos tratado de estar a tono con los cambios y los avances tecnológicos como empresa periodística, por lo que seguimos en permanente actualización y brindando nuestro mayor esfuerzo en beneficio de nuestros lectores.
Este es precisamente el legado que nos han dejado nuestros antecesores, que conlleva un compromiso y un desafío que afrontamos a diario, porque como Paysandú, por más que siempre se hable con nostalgia de los buenos tiempos, debemos afrontar el presente y el futuro con el convencimiento de que si ponemos lo mejor de nuestra parte, uniendo el verbo y la acción, lograremos hacer realidad que lo mejor recién esté por venir.