Opinion | 06 Jul Cifras divulgadas en las últimas horas por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) dan cuenta que uno de cada tres jóvenes dejó la educación media en el 2011, en tanto el 35% de la población entre 12 y 29 años no finalizó sus estudios.
La Encuesta Continua de Hogares del INE correspondiente a 2011 reveló que el 35,4% de la población entre 12 y 29 años abandonó la educación media, es decir uno de cada tres jóvenes. Esta proporción es mayor entre los hombres, con un 39,8% contra el 31,1% de las mujeres.
En el análisis por región se observa que el abandono es más elevado en el Interior que en Montevideo. El porcentaje de la capital fue de 29,9%, llegó a 39,1% en las localidades del interior del país de 5.000 o más habitantes y 40,6% en las localidades pequeñas y zonas rurales.
“Este dato es consistente con los bajos niveles de asistencia a los centros educativos de la población entre los 12 y 17 años residente en las localidades pequeñas o áreas rurales”, señaló el informe del instituto.
Estamos pues ante un esquema educativo que no solo no da respuestas en cuanto a la formación y capacitación para que los jóvenes puedan ingresar al mercado de trabajo con otras posibilidades, sino que a la vez es incapaz de retener a buena parte de los jóvenes para que por lo menos terminen estos estudios secundarios, y lo que es peor, los que salen tempranamente de los respectivos cursos son los que proceden de familias de menores ingresos.
Si a la vez consideramos este negativo panorama en un contexto de escenario geográfico, nos encontramos con que el Interior, y más aún el interior profundo, es el que más sufre con esta sangría del sistema educativo.
Por supuesto, este escenario no se arregla solo con más recursos, como es el reclamo exclusivo de los sindicatos de la enseñanza, sino que se trata de una problemática social, de déficit de formación de valores desde el hogar, por un lado, pero también porque no hay respuestas válidas en el sistema educativo para preparar a la juventud para los desafíos que plantea la vida.
Es cierto, hay determinado porcentaje de quienes desertan que lo hace por desinterés y lo harían incluso si fueran asistidos por un buen sistema, pero evidentemente de contarse con programas y oferta más a tono con las necesidades, seguramente tendríamos un panorama menos deficitario y preocupante respecto a la situación de decenas y miles de jóvenes a lo ancho y largo del país.