Paysandú, Domingo 15 de Julio de 2012
Locales | 13 Jul Creo que no es necesario demostrar o argumentar sobre mi prudencia en abrir debates acerca de posiciones del gobierno que integro, presidido por el compañero José Mujica. Y eso vale en especial, en los momentos en que tengo diferencias importantes.
Siempre he manifestado mis opiniones --en cualquier sentido y en particular en los casos de diferencia-- primero en los ámbitos internos del propio gobierno o en conversaciones directas. No es un problema de estilo, sino una concepción de la coherencia, de las formas institucionales y de la lealtad política con mis compañeros.
Hay ocasiones en las que la relevancia de los temas y su relación directa con el rumbo estratégico o los valores en juego, me impiden acallar mis opiniones. Si lo hiciera estaría traicionando mis convicciones y parte esencial de mi propia condición de hombre de izquierda.
Tampoco voy a argumentar sobre la importancia de un debate profundo, serio, en los ámbitos correspondientes --incluyendo a nivel público--, sobre grandes temas políticos, ideológicos, que tienen que ver con el destino, la identidad y los grandes objetivos de la izquierda en un mundo en el que el capitalismo maduro vive una crisis muy profunda y estructural. No sólo hice esas propuestas en diversas oportunidades, sino que en la medida de mi capacidad trato de aportar ideas, opiniones y acciones, a nivel del gobierno y del Frente Amplio.
Se pueden contar con los dedos de una sola mano las oportunidades en las que he discrepado públicamente con posiciones del actual gobierno y nadie puede desconocer que, en definitiva, llegado el momento, he apoyado y respaldado donde era necesario las decisiones adoptadas.
El ingreso de Venezuela al Mercosur --resuelto en la Cumbre realizada en Mendoza por los presidentes de Argentina, Brasil y Uruguay, desconociendo la institucionalidad vigente--, lo considero negativo para el bloque regional, para Uruguay e incluso para Venezuela.
Afirmé hace unos días que “no comparto la decisión de disponer el ingreso de Venezuela como miembro pleno, porque se trata de una agresión institucional muy importante para el Mercosur. Es una herida institucional muy importante, quizás la más grave en los veintiún años del Mercosur”, y reafirmo ese concepto.
La posición de no acompañar el ingreso de Venezuela en estas circunstancias, era la que manejaba toda la delegación uruguaya al salir del país rumbo a Mendoza, incluyendo al Presidente Mujica y al ministro de Relaciones Exteriores, Luis Almagro. Fue la posición que defendió el canciller hasta último momento e incluso la propia cancillería brasileña. ¿Qué cambió durante la cumbre para revertir la posición que llevaba la delegación uruguaya? No lo sabemos.
¿La posición previa que llevaba la delegación uruguaya estaba equivocada? ¿No contemplaba los cambios que se han producido en el Mercosur o en la estrategia regional para los próximos años? ¿Quién nos abrió los ojos? ¿Qué circunstancias que no conocemos hicieron primar lo político por sobre lo legal? Con esta afirmación, se reconoce explícitamente que se desconocieron normas legales e institucionales que considero fundamentales para todos los miembros del bloque y que están en la base de la propia existencia del Mercosur.
El retroceso más grande y más grave que ha sufrido el Mercosur en toda su compleja historia, es que ahora la única institucionalidad válida, no es la de los tratados, no es la de los mecanismos que nos protegen a todos y requirieron largas y trabajosas negociaciones. Ahora dependemos de las decisiones de los presidentes de los países.
Esa resolución puede tener consecuencias importantes en el futuro, como la de tener una institucionalidad tan débil que ya no sirva para nada. Estoy profundamente convencido de que el Mercosur es una necesidad, no sólo comercial, sino política y estratégica para nuestros países. Y como apoyo --y he apoyado con convicción-- el ingreso de Venezuela al Mercosur, considero que se cometió un grave error.
Salvo que se piense que luego de tanto desgaste del Mercosur fundacional haya que sustituirlo por otro bloque de integración que suponga la incorporación de nuevos países. Es un enfoque posible, aunque para considerarlo sería importante formularlo explícitamente. Yo prefiero otro camino, que es el de fortalecer al Mercosur fundacional y --desde luego-- no para criticarlo, sino para que juegue el enorme potencial que tiene a favor del desarrollo económico y social de nuestros países. Naturalmente, un Mercosur fuerte estará en condiciones de hacer acuerdos con otros bloques y países de la América Latina y el mundo en su conjunto. Pero no es posible tirar por la borda todo el esfuerzo hecho y la experiencia acumulada desde 1991.
Con aciertos y con errores, incluyendo todas las dificultades de los últimos años --especialmente con Argentina-- el camino recorrido tiene que ser una formidable ayuda para consolidar la integración regional y hacerla sostenible. Para ello, siempre habrá que tener en cuenta que el Mercosur no es una unión de gobiernos sino de países, de Estados y –ojalá - involucrara mucho más a los pueblos. Y también habrá que considerar que el debilitamiento de la institucionalidad del Mercosur sólo favorece a sus adversarios, a los que por razones políticas o ideológicas están en contra del proyecto y de un más amplio proceso de integración latinoamericana. Es por ello que considero muy acertada la medida adoptada por la Cancillería de analizar con sentido político pero con profesionalismo los aspectos legales y las consecuencias jurídicas que puede tener la decisión de incorporar a Venezuela de esta manera al Mercosur.
Si hay un país que debería preservar y luchar por fortalecer la institucionalidad del Mercosur, ése es Uruguay; no sólo por su tamaño, sino por su tradición y su historia. La historia reciente ha demostrado y confirmado mil veces que nos conviene, que la necesitamos. Los ejemplos comerciales, políticos e incluso los dolorosos bloqueos de hace muy poco son ejemplos abrumadores.
No es un capricho formal, no hay ninguna contradicción entre la legalidad y la política. Al contrario. Lo que es bueno recordar --porque tiene que ver con las profundas definiciones democráticas de la izquierda-- es que no se puede, no se debe, avasallar la ley por la política. Por eso nos opusimos y nos oponemos a lo que sucedió en Paraguay. Por eso hay que ser coherentes.
Hay otra razón por la que opino en contra, y es en consideración a Venezuela. Estamos profundamente convencidos de la necesidad y del valor de la incorporación de Venezuela al Mercosur. No porque es un productor de petróleo y un comprador de alimentos, esto es, no sólo por razones comerciales, sino porque fortalece al bloque y se consolida Venezuela en su proceso integrador. Por estas razones, no es justo que ingrese de esta manera, a contrapelo de las instituciones del Mercosur. No se lo merecen los venezolanos.
La nueva situación que se ha creado me llena de incertidumbre. Paraguay fue suspendido y cuando regrese, luego de sus elecciones, con un presidente y un nuevo senado elegido en el 2013 ¿volverá a funcionar el mecanismo de los acuerdos a ser ratificados por los Parlamentos para el ingreso de nuevos países? Si hay nuevos países que se quieren integrar al Mercosur, ¿cuál será desde ahora el mecanismo para aprobar su ingreso? ¿Primará la política o la legalidad? Si todos aceptamos y los uruguayos sufrimos que el Mercosur está en crisis ¿el nuevo camino será recurrir ante cada contencioso, ante cada problema que surja, a la opinión de los presidentes?
Tengo muy claro que desde el nacimiento del Mercosur las cosas han cambiado en el mundo y en nuestra región, y acepto la opinión de mis compañeros y sus aportes, pero el debilitamiento de la institucionalidad del Mercosur --que las propias cancillerías de Brasil y Uruguay advirtieron--, ¿mejora nuestra posición en el mundo, ante otros países, en otros ámbitos de negociación? El nuevo impulso que necesitamos darle a la integración, ¿va en esta nueva dirección? Como se podrá apreciar, estamos ante temas de enorme importancia política. Tienen directamente que ver con el rumbo del país, con su inserción internacional, con la relación de respeto y de equilibrio con nuestros vecinos y socios, y por todo ello tienen que ver con la vida de nuestra gente, con nuestro desarrollo, nuestra producción, nuestra economía, es decir, con nuestra sociedad. Por esta razón es que siento la responsabilidad de trasmitir mi opinión al respecto. Mi única intención es la de aportar a una reflexión que --por su relevancia-- no podemos eludir. Danilo Astori
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