Paysandú, Domingo 22 de Julio de 2012

De las crisis se aprende, pero...

Opinion | 16 Jul Hace diez años, los uruguayos nos hundíamos en la crisis económica más grande de que tengan memoria las actuales generaciones, y tal vez más aguda que la depresión de los años 30, por la conjunción de una serie de factores que si bien refieren a elementos de imprevisibilidad, también tuvo su contenido de vulnerabilidades crónicas y dependencias de nuestra economía. Es así que cuando se conjugan factores de esta diversidad de origen, se llega a la masa crítica que desata las crisis, las que a la vez arrastran expectativas negativas y desconfianza que realimenta el círculo vicioso en que se hunde la economía.
El punto de partida de la hecatombe de 2002 es difícil de establecer con precisión, desde que se continuó “pateando para adelante” el déficit fiscal que se dio en los últimos años de la década de 1990, con los mismos problemas estructurales de siempre --que se arrastran hasta hoy, bueno es aclararlo-- y elementos de contagio como la debacle argentina, y ya la anterior devaluación de Brasil en 1999, en un período en el que la gran mayoría de nuestras exportaciones estaba destinado a esos mercados vecinos.
También tuvimos poco antes la epidemia de fiebre aftosa que se nos transmitió desde la Argentina pero que venía de lo profundo de la región, y es así que dejaron de circular en el país en un año no menos de 750 millones de dólares, por referir a una cifra estimativa.
Como la mayoría de nosotros seguramente recordamos, nuestro país vivió una recesión profunda en 2002, con la caída del consumo y el poder adquisitivo, desempleo, quiebre de empresas y un crack bancario que fue el golpe de gracia de la crisis, llegando a situaciones realmente dramáticas, como el hecho de que el Banco Central llegara a tener sólo reservas para dos o tres días, horas después de la renuncia del ministro de Economía y Finanzas, Alberto Bensión, y su relevo por Alejandro Atchugarry.
En tanto había dirigentes políticos como el ex presidente Tabaré Vázquez que aconsejaron ingresar en default y llegar así a la misma situación de Argentina, otros sectores de la oposición, incluido el propio Danilo Astori, apoyaron la salida que se lograra, para recapitalizar los bancos en crisis, a través de un crédito puente de Estados Unidos, por un monto de 1.500 millones de dólares, que fue la piedra que recimentó el sistema y devolvió la confianza a los agentes económicos.
Felizmente, en poco tiempo, con disciplina fiscal, austeridad y una serie de ajustes durante el gobierno de Jorge Batlle, Uruguay pudo ir saliendo de la crisis y pasar en ancas además de las favorables condiciones internacionales para la exportación de commodities a la situación de sostenida bonanza de nuestros días, aunque manteniendo vulnerabilidades por los crónicos problemas estructurales, pero también producto de que tanto el gobierno de Vázquez como el de José Mujica se han gastado todos los ingresos adicionales de este período, cuando ha sido el momento propicio para tener por fin superávit fiscal que en gran medida nos ponga a cubierto de sobresaltos por factores exógenos.
Pero claro, las crisis en Uruguay y en la región no son las mismas que en Europa, porque se parte de un piso muy inferior, y el drama que pueda significar en el primer mundo no cambiar de auto cada dos años ya equivale a una crisis, en nuestro país implica que decenas de miles de familias atravesaron períodos angustiantes, sin saber si iban a tener la posibilidad de satisfacer sus necesidades básicas inmediatas.
Pero como ocurre en toda situación de esta naturaleza, mirándolo en perspectiva y ya librados de aquella incertidumbre y malos momentos que vivimos en aquellos aciagos años, indudablemente se trató de una prueba, y dura por cierto, del temple de los uruguayos, y es así que hubo manifestaciones de solidaridad por el colectivo, por organizaciones sociales y la propia población, que contribuyeron a reducir el impacto en los sectores más desposeídos.
Incluso llegó a promoverse numerosas actividades sociales y productivas que contribuyeron a sobrellevar el impacto de la pérdida de poder adquisitivo, como es el caso del fomento de las huertas familiares, del trueque, y en gran medida se promovió el valorar las pequeñas grandes cosas que tenemos a nuestro alcance y que sin embargo desestimamos en los momentos de mejor pasar, como el actual.
Es cierto, hemos ido saliendo de este panorama, pero al dejar atrás los años infames lo sustancial es aprender de los errores para no repetirlos, tanto por gobernantes como por el ciudadano común. También deberíamos asumir que no estamos para nada a cubierto de avatares si se revierte el favorable escenario internacional, que hemos perdido un tiempo precioso gastando más de lo que deberíamos en programas sin retorno, como nuevos ricos, y que igualmente todavía se está a tiempo de aprovechar aquella experiencia para intentar ser de una buena vez la hormiga de la fábula, en lugar de la cigarra en la que nos hemos encarnado hasta ahora, solo por urgencias político electorales y anteojeras ideológicas.


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