Paysandú, Sábado 28 de Julio de 2012
Opinion | 21 Jul Hablando ante el Congreso de los Diputados, el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, justificó la necesidad del severo ajuste en su país, señalando que en la disyuntiva que se ha planteado por su gobierno, no figura el tener que elegir “entre un bien y un mal”, sino entre “un mal y un mal peor”, debido a que en 2011, bajo el gobierno socialista, España gastó nada menos que 90.000 millones de euros más que los que ingresaron.
El gobernante ibérico reconoció ante los parlamentarios ser absolutamente consciente de que las medidas de contención del gasto público “son duras y difíciles” y que el esfuerzo que le pide “a mucha gente le hace daño”, aunque desde la bancada socialista se enrostró al jefe de Estado que “desentenderse de los desempleados, machacando a impuestos y cortando el empleo público solo generará más injusticias y sufrimiento”.
Por su lado Rajoy argumentó que “si no quieren que recorte el gasto ni que aumente los ingresos, ¿me pueden decir cómo quieren que reduzca el déficit?”, que es precisamente el objetivo de España para cumplir con el sinceramiento de su economía, tras el salvataje por 100.000 millones de euros que le hicieran los países de la Unión Europea.
Como bien manifestara Rajoy, la opción en este momento para España no pasa por elegir entre un bien y un mal, sino inclinarse por la opción menos mala, donde lamentablemente todavía no se sabe si se llegó al piso en el dramático escenario socioeconómico que padece la nación europea. Este piso puede estar aún más profundo a consecuencia de estos ajustes, que seguramente afectará con más crudeza a los sectores de menores recursos, que pasarán peores momentos cuando entren en vigencia los nuevos recortes de gastos y a la vez el aumento en los impuestos.
Y más allá de las manifestaciones populares, que naturalmente rechazan pagar las consecuencias de políticas económicas de gastar por encima de las posibilidades, con la esperanza de que las cosas podrían acomodarse solas con el paso del tiempo –una apuesta que en Uruguay hemos hecho en reiteradas oportunidades, y lo seguimos haciendo, lamentablemente-- es evidente que nadie tiene otra propuesta –al menos viable-- sobre la mesa. Difícilmente se puede tomar en serio la “solución” que promueve el presidente socialista francés Francois Hollande, en el sentido de superar la crisis económica sin ajustes y solo mediante crecimiento, sin explicar sobre qué bases reales se puede crecer cuando el gasto supera la producción de bienes y servicios de un país.
La encrucijada es consecuencia de creer que se puede seguir para siempre con la “calesita” de gastar más de lo que entra, como ocurre en cualquier hogar, donde se siguen tomando créditos cada vez más caros para cubrir los anteriores, hasta que los intereses resultan imposibles de absorber y se entra en el default familiar.
Lo que piden los opositores socialistas es el milagro de la economía: sacar dinero no se sabe de dónde para seguir pagando los salarios públicos como hasta ahora y con el mismo gasto, y a la vez sin aumentar los impuestos.
El ministro de Hacienda español, Cristóbal Montoro, lo pone claro cuando señala que “ellos –los empleados públicos-- saben mejor que nadie que no hay dinero en las arcas públicas y que su sueldo depende de los impuestos. Si no sube la recaudación, estamos en riesgo de no poder pagarlos”.
Y no es palabrería barata, sino que España debe reducir el déficit fiscal del 8,9 por ciento con que cerró 2011 al 6,3 por ciento a final de año comprometido con Europa y al 4,5 por ciento en 2013, para así perfilarse hacia el equilibrio en las cuentas públicas, mientras además ya ha subido el IVA al 23 por ciento, es decir al mismo nivel que en Uruguay.
El punto es que con sacrificio –menos por supuesto que el que impuso a los uruguayos la dura crisis de 2002-- gradualmente España podrá ir sentando las bases para la recuperación económica, es decir viviendo a partir de ahora dentro de sus posibilidades, aprendiendo de la ingrata experiencia que le ha tocado vivir en los últimos años. Una situación que fuera inimaginable hace apenas unos años, cuando le sobraba plata al Estado, mientras la desocupación no llegaba al 5% y a España le iba tan bien que la salud era casi gratis para todos, así como la previsión social pagaba jubilaciones anticipadas a quienes perdían el trabajo porque los ingresos estaban asegurados para “los próximos 25 años”.
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